Por Isis Saavedra Luna / Profesora investigadora, Departamento de Relaciones Sociales. Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco. Directora de la revista Veredas.
“Tejiendo identidades” tiene como objetivo no desenredar la madeja de hilos que se forma a lo largo de una vida, sino seguir el hilo para ver a dónde lleva y, entonces, descubrir cómo se formó. Una vida que al mismo tiempo es muchas vidas puesto que los seres humanos nos reconstruimos, readaptamos y reconfiguramos varias veces durante el tiempo en que transitamos por este mundo que, a su vez, es muchos mundos. Lejanos, cercanos, internos, externos, conocidos o desconocidos, que cuando nos apropiamos, se vuelven nuestros. La idea de escribir este texto surgió después de asistir por primera vez a una exposición de Juanita Pérez-Adelman, una artista colombiana que vive en México desde hace varios años.
La exposición se llevó a cabo en la Galería Casa Lamm de la Ciudad de México a fines del año 2019 y se tituló “Hilos y secuencias / Threads & sequences”. La obra impacta, en primera instancia, por los colores, las texturas y las formas que, como la artista afirma: “se entretejen, brotan y se funden con la propia vida”. Los hilos, los tejidos, las texturas, hacen referencia a la manera en que se construyen las identidades, no sólo de ella, sino las de todos nosotros en diferentes momentos de nuestra vida: enredadas, puestas y sobrepuestas.
Al poco tiempo de la exposición conocí el estudio de Juanita situado al pie de la serranía del Tepozteco, un espacio amplio y luminoso en donde la fuerza que emana de las montañas deja ver la influencia que debieron tener en sus pinturas. Los cuadros apilados tenían un orden; por series, por tamaños, había libros-objeto, pero sobre todo, se trataba de épocas de su vida, acontecimientos significativos que se plasman en formas y texturas, cuya fusión es capaz de originar, otras obras. Así, la idea de tener una conversación más profunda surgió con el objetivo de reflexionar en la relación que existe entre el arte y la vida, en donde la obra está marcada y se nutre de los acontecimientos significativos de la existencia de la artista como sujeto social.
La misma reunión, planeada a inicios del año 2020, se retrasó a diciembre del mismo año por la Pandemia, evento que nos ha marcado a todos y que muy posiblemente, en el caso de Juanita, la hizo repasar su vida de diferente manera a como lo habría hecho en tiempos “normales”. En todo el mundo nos hemos replanteado las relaciones humanas, los vínculos afectivos, el valor de las cosas, pero sobre todo la vida. En su caso, se trata de una artista trasnacional que lleva varios años en México y que en una época de su vida vivió en Estados Unidos. Además su familia cercana, madre, hermanos, hijas y nietas, viven en diferentes lugares del mundo, por lo que los acontecimientos mundiales la afectan de manera personal, desde diferentes puntos cardinales.
Juanita Pérez nació en Bogotá, Colombia, el 26 de septiembre de 1951. Primera hija, tanto de la rama paterna, como de la materna, fue nombrada: Juana María Mónica Consuelo Pérez Barrientos, muy probablemente en consideración a las mujeres de su familia. En Colombia se le conoció como Juanita Pérez Barrientos al principio de su carrera y fuera de su tierra natal como Juanita Pérez-Adelman cuando adoptó el apellido de su esposo Alan Adelman. Finalmente, como pintora es: Juanita Pérez. “Ahí empieza el tejido de todo”, dice ella al iniciar el diálogo, después de explicar el origen de su nombre y quizá de su identidad.
Iniciarse en el arte a veces empieza con una influencia, otras una vocación y otras, un talento desarrollado y fomentado dentro del núcleo familiar. Para Juanita fue esto último: “Tuve la fortuna de nacer en una familia cuyo interés primordial era el arte, mamá era concertista profesional graduada en la Universidad Nacional y papá Arquitecto, también de la Universidad Nacional, de la misma Universidad en la cual yo hice mi carrera de Artes Plásticas; papá, además de Arquitecto, tenía alma de pintor, por lo que sus mejores amigos fueron todos pintores, mismos que más adelante fueron mis maestros”.
Juanita tiene muy presentes los tiempos en que su padre, Federico Pérez Latorre, hacía proyectos arquitectónicos y los intercambiaba por pinturas: “le pagaban en especie”, recuerda. “Yo crecí con todos estos pintores en mi casa, tomando aguardiente con papá, leyendo a León de Greiff, oyendo bambucos (música colombiana) y hablando de arte y de literatura; entonces para mí el arte fue algo muy natural, tuve muchísima libertad, por ejemplo, de dibujar con mi hermana la pared de nuestra habitación. En Navidad pintábamos todas las ventanas de la casa, yo pensaba que hacerlo era lo más natural del mundo”.
Entre los pintores que la artista recuerda están: Jorge Elías Triana (n. 1919, San Bernardo, Tolima), Carlos Granada (n. 1933, Honda, Tolima), Manuel Hernández (n. 1928, Bogotá), Juan Cárdenas (n. 1939, Popayán) y el colombo-italiano, Umberto Giangriandi (n. 1943, Pontedera, Italia, 1943). Todos grandes pintores colombianos que participaron desde diferentes frentes en la configuración de la cultura visual colombiana del siglo XX y XXI. Inspirados entre otras cosas, en la vida cotidiana, también incursionaron en la técnica y en el lenguaje pictórico moderno; además, fueron en uno u otro momento profesores de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad en donde formaron a numerosas generaciones de artistas, Juanita Pérez entre ellos.
Los recuerda, por lo tanto, en las reuniones bohemias que organizaba su padre los fines de semana en la finca “Sorrento”, en un pueblo llamado El Ocaso, a decir de ella, muy parecido a Tepoztlán: “Íbamos de Bogotá a Sorrento y papá invitaba a sus amigos pintores, pintaban acuarelas; todos en la familia tenemos bellísimas acuarelas de ellos. Para mí era absorber lecciones no formales de pintura, obviamente me daban mi acuarela, desde niña yo pinté con ellos”. Cuando Juanita entró a la Universidad Nacional en los años setenta, reencontró a varios de estos pintores. Fue un tiempo politizado y complicado en varias partes del mundo por las reivindicaciones sociales y políticas que no podían esperar más. Si bien era muy joven y naif, como ella misma se describe, considera su paso por la universidad como un tiempo de aprendizaje de la vida, pero sobre todo, de la Colombia profunda. Fue en ese entonces cuando se adentró en la realidad colombiana al ser la propia Universidad un espacio de crítica social y de lucha: “la Universidad Nacional tenía muchos conflictos, entonces entraba la policía, tiraban piedra y la cerraban”. Cabe mencionar que la generación de artistas que compartieron esa etapa de su vida, con el tiempo han sido muy reconocidos dentro del arte contemporáneo colombiano, entre ellos se encuentran: Antonio Caro (Bogotá, 1950), Miguel Ángel Rojas (Bogotá, 1946), Antonio Barrera (Bogotá 1948 – París, 1990), Olivia Miranda y Olga Lucía Jordán.
Durante toda la conversación, al hablar de su obra, la pintora se refirió a la estrecha relación entre su experiencia de vida, los acontecimientos que han sido importantes para ella en ese transcurrir y lo que ha influenciado directamente su obra. En ocasiones, cuando se habla de la obra de la artista, se mencionan paralelismos con culturas asiáticas o africanas, sin embargo para ella se trata de lenguajes comunes, antropológicos y simbólicos, como menciona cuando se lo pregunto; hay tapices africanos que bien pueden remitir a Colombia o a México, así como ecos, resonancias y el diálogo con otros artistas, por mencionar algunos: Agnes Martin (1912-2004), que trabajó con tapetes de los Navajo; Carlos Rojas (1933-1997), que se inspiró en aspectos geométricos de la artesanía colombiana; Gunta Stolzl (1897-1983), artista alemana perteneciente a la Escuela de Bauhaus que trabajó con textiles; la brasileña Adriana Varejao (1964), que tienen una importante obra conceptual; por supuesto, se ha inspirado en los patrones decorativos y en el simbolismo de Gustave Klimt (1862-1918) o en los patrones y en los elementos gráficos de Lalla Essaid (1965); la experimentación con el color, los elementos geométricos y los patrones repetidos de Vicente Rojo (1932), entre otros.
“Cada exposición ha sido un diario de un momento específico de mi vida”
En la década de 1970, Juanita Pérez-Adelman se enamoró de quien hasta la fecha es su esposo y se fue a vivir a Estados Unidos. Ahí inició otra parte esencial de su formación no sólo por la maestría que hizo en California State University, Northridge (en los Ángeles, California), donde vivió 5 años, sino porque tuvo acceso a infinidad de materiales, distintos a los que se usaban en Colombia. “Llegué al paraíso en cuanto a la parte matérica del arte porque en la Universidad Nacional había toda una riqueza conceptual de ideas, pero los materiales no nos eran tan accesibles; el óleo era muy caro y los materiales eran difíciles de conseguir. Teníamos materiales tradicionales como el barro, el lienzo, los óleos, pero no había como una gran capacidad, por ejemplo, de explorar el grabado”.
Cuando llegó a Estados Unidos y se inscribió en la maestría en grabado, las ventajas de estudiar en una universidad del primer mundo le dio una posibilidad de explorar y de practicar de una manera mucho más intensa y enfocada, de como hasta el momento lo había hecho. “Fue la riqueza total, la abundancia, tenía todo el papel que yo quería, todas las tintas que yo quería, las prensas de grabado eran gigantescas, y fue tal la maravilla para mí, que hasta me dieron la llave del taller de grabado porque lo único que yo quería era estar en el taller, vivíamos muy cerca”.
A partir de ese momento Juanita se dedicó por completo a producir, prácticamente sin interrupciones. En la Colombia convulsa de la década de 1970, los problemas políticos, el cierre de la universidad o la falta de materiales, estaban a la orden del día, al contrario de como se le presentaron las cosas en Estados Unidos. “Fueron casi tres años de total producción de grabado, enormes grabados que después rompí y rearmé”. Esta última frase es clave para entender varios aspectos de la vida de la artista que tienen relación con distintas dimensiones vitales que se estaban reconfigurando en ese momento.
Respecto a su labor profesional, en febrero de 1978, defendió su tesis titulada: Changes and Torn Spaces –Cambios y espacios rotos–, en la que sustentó su trabajo teóricamente y expuso su postura, pero sobre todo su propósito como artista, el cual tuvo como objetivo principal: “provocar una emoción estética a través de la sensualidad expresada en los colores y las texturas”. De ese trabajo surgió la exposición que fue nombrada: Espacios rotos, la cual reconoce como “el inicio de todo lo demás: pintar lo que se vive como un proceso personal indispensable para respirar, vivir”. Ahí, recuerda, empezó a romper: “romper el papel y a rearmar”, lo que hasta la fecha nunca ha dejado de hacer; “un grabado no era el grabado, sino que lo rompía y lo volvía a rearmar”. Lo ejemplifica con uno de sus cuadros, el cual disecciona mostrando huecos, tejidos y pedazos de materiales añadidos a los que les mete cosas. “Empecé a romper la superficie, esto es un espacio negativo, le puse un pequeño grabado detrás, es un ensamblaje. Desde ahí empecé a no querer quedarme en una sola superficie plana trabajada, sino en varias construcciones súper-puestas; siempre lo he hecho, desde ese momento”.
Ya se ha mencionado que el vínculo entre su vida y su producción es una constante, por lo que esa etapa la considera el principio y el fin de una época que coincide con la muerte de su padre y con haber dejado su querida Colombia. Uno de los recuerdos que conserva es el entierro de su padre a cuya ceremonia asistieron los grandes pintores de la época. “Toda esa experiencia del cambio de dejar mi país que tanto quería y que mi padre murió, lo metí en mi producción artística; siempre he resuelto mis cosas a través del arte”, en este caso el duelo.
Después de eso solo volvió de vacaciones a su país natal, su madre se fue a vivir a República Dominicana y dos de sus hermanos, de los cuatro que son, también salieron del país, quedando sólo uno. Comenta que curiosamente muchos colombianos que viven fuera poseen obra suya, pero, aunque hay algunos cuadros dentro de las fronteras colombianas, no ha vuelto a hacer una exposición en su país.
Sobre esto, habla de su esencia de la siguiente manera: “Colombia siempre está en mí, es mi voz, no puede haber otra voz que la identidad primaria, primitiva, estés dónde estés; todo lo demás son cosas que suceden en mi vida, pero la voz principal es colombiana, total y completamente; uno es de donde es. Yo hablo súper colombiano después de tantos años fuera, o sea, es una identidad muy fuerte; mi papá y mi familia siempre hemos sido muy amantes de nuestro país, yo salí por la vida; Colombia me conmueve, es un país maravilloso, bellísimo, atormentado, apasionado”.
Juanita vivió varios años en Pittsburgh, en donde nacieron sus hijas; ahí su principal actividad fue la enseñanza del arte, la dirección de un taller de grabado y, desde luego, la crianza de sus hijas. Un tiempo aparentemente tranquilo y de muchas actividades en donde el transcurrir de la vida cotidiana la hizo repensar su ser como artista, no en cuanto a la producción sino en cuanto a la práctica misma. “Fui más docente y madre, que pintora”, recuerda. En este tiempo los cuestionamientos respecto a su proceso de autodescubrimiento a través del arte, que es el tema sobre el que giran sus preocupaciones, se refirieron a la práctica misma, al tiempo de dedicación, a la energía que un oficio o profesión de este tipo requiere: “yo no quería tener dos esposos y el arte es igual. O sea, tienes que dedicarte tiempo completo o no te dediques, entonces fue cuando entendí que tenía que dejar todo lo demás que estaba haciendo […] no enseñar, no nada, no vida social, nada. Y meterme a mi taller y empezar a trabajar todos los días ocho horas; trabajar y trabajar y trabajar. Es el tipo de vida que yo escojo ahorita también, las interrupciones de vida siguen sucediendo, pero siempre, mi espacio”.
Una vez tomada esta decisión, Juanita continuó trabajando y exponiendo en Estados Unidos, expuso incluso en la sede de la OEA de ese país. Sin un taller formal, trabajaba en una habitación de su casa que a ratos era cuarto de huéspedes. “Cuando tuve a las niñas trabajaba en la cama del cuarto de huéspedes, puse cartones y esa era mi mesa de trabajo; y cuando las niñas dormían siesta yo trabajaba. Mi obsesión siempre fue seguir trabajando, nunca parar de trabajar”. Sin tener todavía una completa libertad económica para comprar materiales, pues había necesidades familiares que resolver, se las ingenió para dividir su tiempo en su trabajo de medio tiempo, su familia y su arte: “soy pintora a menos que la vida me interrumpa, por cuestiones no controlables, pero donde soy feliz y donde me siento en paz, es en mi taller. Es lo que me da alimento para poder estar con las personas […] Después de un tiempo de ver a la gente, de socializar por vacaciones o lo que sea, siento que me voy desgastando, como que me voy borrando; entonces, necesito volver a mi taller […] Me gusta la gente y me gusta pasarla bien, pero necesito mi espacio de silencio, es cuando soy feliz, trabajando en mi taller, cerrando los ojos y lanzándome al vacío que es maravilloso, porque ahí no hay reglas, no hay leyes, es simplemente un lenguaje personal. Sin miedo trabajo en una pieza dos, tres meses y ¡pum! la borro y vuelvo a trabajar. O sea, es como una gran libertad”. En este proceso, explica la artista, se aprende de la misma obra, se superan los obstáculos, se depura y se transforma una y otra vez.
A simple vista, para alguien tal vez poco versado en las técnicas del arte, su trabajo podría parecer collage, sin embargo, precisa con claridad tal diferencia en el curso de la conversación, al explicar que el collage es cuando el elemento queda en la superficie, mientras que en su obra el objetivo es integrar tejidos y reconstruirlos: “si pongo un elemento en la superficie, lo retrabajo, le vuelvo a dibujar encima y lo integro”. El collage, por lo tanto, es cuando un elemento queda superpuesto en la superficie; “lo mío es muy lúdico”, acota.
Al hacer una obra, por ejemplo, lo hace con las piezas separadas, las coloca en el piso y juega con ellas, el ir definiendo el lugar al que corresponden la sorprende gratamente: “es un lenguaje de sorpresas para mí, nunca me aburro, porque siempre suceden cosas que no me había imaginado. Eso me lo da no tanto el collage, sino los ensamblajes que surgen de una idea preconcebida”. Juanita inicia su trabajo después de juntar una serie de elementos con materiales que atesora y que “pre-pinta”. Después continúa con las grandes bases y a partir de ahí juega con las formas y el orden: “lo armo, lo pongo en el piso boca abajo con pesas y libros para que se construya bien, lo dejo un tiempo quieto y luego lo vuelvo a mirar una y otra vez; a veces son capas y capas”. Como es obvio, su proceso de creación lleva mucho tiempo, “nunca con prisa, es como un proceso silencioso de tapar y destapar la obra, la tapo, la guardo, la vuelvo a ver, trabajo como en diez o quince piezas al mismo tiempo, justo ahorita tengo montones en proceso”.
Como puede adivinarse, aún cuando ha vivido en ciudades ajetreadas, intensas y cosmopolitas como son Bogotá, Pittsburg, Los Ángeles, Washington DC, la ciudad de México y ahora Tepoztlán, para Juanita conservar su intimidad y su espacio personal ha sido fundamental en su proceso de creación. Ella misma considera que ha vivido aislada. Sí, estando al tanto de lo que sucede en el mundo del arte, yendo a ver exposiciones, relacionándose, pero siempre conservando el espacio íntimo que le permite seguir su voz. “Lo mío es el silencio”, dice. “Hace como dieciséis años empecé a meditar y descubrí que es otra forma de expresarme, es como ver el mundo desde afuera y verme a mi desde afuera”.
Llegó a México en 1987 por el trabajo de su esposo, “por puro accidente, venimos por dos años y llevamos 36 años aquí, nos enamoramos de México, los dos somos extranjeros y en Tepoztlán”. En la Ciudad de México estuvo 24 años y lleva otros 10 en Tepoztlán. “Escogimos estar aquí”, lo que confirma con una anécdota: “hace como un año estuvimos en una reunión en donde había varios extranjeros, entonces una pintora preguntó un poco despóticamente cómo y porqué había tanta gente hablando otro idioma y qué hacíamos ahí, yo le contesté, porque escogimos estar aquí, tú naciste aquí, le dije, pero nosotros lo escogimos, es muy distinto”. En esa misma época, su hermano, Andrés Pérez Barrientos, vino a México a hacer una especialización en Museografía a la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Actualmente vive en Orlando, Florida, y trabaja en el Museo “Charles Hosmer Morse”. Vinculado al arte, ha permanecido cercano a México en sus afectos.
Una de las primeras galerías en las que Juanita dio a conocer su trabajo cuando llegó a la Ciudad de México fue la Galería Kim, si bien antes estuvo con Rafael Matos, fundador de la Galería del mismo nombre. Más adelante recuerda a María Maldonado, una mujer de nacionalidad argentina que vive en Tepoztlán: “una mujer muy fuerte, la primera que manejo mi obra en serio, como diez años, y de quien aprendí muchísimo”.
Los tejidos que se han ido tendiendo a lo largo de la vida son innumerables. Juanita expuso con ella varias veces en una galería de Altavista, “esplendorosa, blanca, mi obra lucía mucho”. Además del apoyo de María Maldonado, fue una época de conectarse con los pintores colombianos avecindados en México. La galería fue además un punto de reunión. Quien la invitó por primera vez a la Casa Lamm fue Elin Luque Agraz, actualmente fallecida. Más adelante ha tenido el apoyo de Germaine Gómez-Haro, Mariana Chapa Tirado y Dyan del Rivero.
“El lienzo en blanco es el que me lleva de la mano”
Este apartado corresponde a la obra. “Los colores con los que yo trabajo no son los colores colombianos, son los colores mexicanos”. Esta afirmación es importante de recuperar porque habla de la sensibilidad que expresa una cultura, un entorno: “en Colombia estaría pintando muy distinto”. Lo dice también en el sentido de que su trabajo parte de las emociones, siendo precisamente el color un vehículo para ello: “México me da la libertad de color que no creo que habría tenido en Colombia”.
Cuando habla del tema, reflexiona, pero sobre todo recuerda su llegada a este país como una nueva etapa: “la memoria sobre mi llegada a México fue el resplandor de color desde la primera vez que abrí los ojos aquí, fue como un enorme golpe que me dio la libertad de hacer otras cosas. Aquí es donde se conformó mi voz colombiana con la riqueza mexicana”.
“Ser de fuera” le dio la libertad de hacer cosas, pero sobre todo, de atreverse a hacer cosas que tal vez en Colombia no habría hecho. “Aquí como que me solté, no tenía a quien darle gusto ni a quien agradar”. Pero la moneda tiene dos caras, por un lado, se introdujo en el mundo del arte con toda libertad, empezando de cero y sin deberle nada a nadie, pero tampoco tenía las relaciones con las que contaba en Colombia, que se conformaban de sus propias redes y de las de su padre. Una cosa por otra, no tenía compromisos ni la necesidad u obligación de pertenecer a un grupo, seguir una tendencia, pero era libre de seguir sus impulsos creativos, “un proceso interesante”, dice finalmente.
Es inevitable hacer comparaciones, nos construimos de vernos en el otro, de las referencias de otros hacia nosotros y de nosotros hacia ellos. A lo largo de la vida y de nuestras relaciones, vamos tejiendo los hilos de nuestra identidad. “Si observo el arte contemporáneo en Colombia, que es maravilloso, es claramente otro el lenguaje del color; es un arte muy político, muy conceptual, es diferente. Yo estaría haciendo otra cosa viviendo en Colombia a diferencia de vivir aquí”. Aquí, tal vez, aprendió a sentir a través de los colores, a vivir a través del color: “yo pinto lo que vivo”, dice finalmente.
La obra de Juanita Pérez son viajes, impresiones, caminos recorridos, estremecimientos y transformaciones internas, de esas que a todos nos suceden pero que ella plasma con su pintura. La conversación, como puede adivinarse, transita por todos estos mundos, pero también por sus veredas. Una de las primeras obras que sale a colación, por ejemplo, es Tierradentro (1991), que formó parte de la 3ª Bienal de Arte de Bogotá en 1992, es una serie de 6 piezas inspiradas en la zona arqueológica del mismo nombre ubicada en el Cauca colombiano, una zona de compleja geografía y profundos cañones. Así como se inspira de los tejidos mexicanos, la geometría de la arquitectura precolombina está constantemente presente, “es una persecución constante en toda mi obra”, dice.
Hilos: “tejido de vida”
Cabe decir que el tema de los hilos se encuentra presente en toda su carrera, Amarre (1979), una obra que aparece muy temprano, trata de nidos, de amarres, de tejidos, de lo precolombino y de la geometría, elementos que han sido constantes. Días antes de tener esta conversación le llegaron por correo unas fotografías de dos de sus obras de cuando apenas entraba a la Universidad Nacional, la persona que las envió heredó los cuadros y quería autentificarlos con la autora; la sorpresa 30 años después, fue ver como hay una esencia que permanece a lo largo de la vida pero que se reconfigura una y otra vez al paso del tiempo. No en vano se le atribuye al escritor Carlos Monsiváis haber dicho que los libros que escribe un autor durante su vida, son capítulos del primero.
Con el tiempo Juanita empezó a tejer, incluso, su propio papel amate, “fui a San Pablito y aprendí a hacer papel amate con la piedra, entonces empecé a hacer tejidos separados que incorporé en la obra”. El papel amate es colocado encima de la pintura e incorporado a la obra, este proceso fue el camino que la llevó a recuperar los textiles y específicamente el huipil, como fuente de inspiración.
“Todo sucedió después de un viaje a Guatemala que me cambió completamente la vida. Fue conocer esos pueblos indígenas cuya identidad estaba en la misma blusa que la mujer usaba, que era su historia, que era su herencia, que hablaba de agricultura, de nacimiento, de la vida. Era como una bandera de identidad en la mujer, esto me pareció tan poético y tan lindo; obviamente eso sucede en toda la parte del sur de México y de Guatemala. Pienso que el tejido en México ha sido todo un lenguaje y una identidad. Yo no me atrevo a decir que lo copio porque es tan bello en sí que sería irrespetuoso, es simplemente una inspiración, un detonante”.
En otro momento, en la Universidad de Berkeley, California, montó una exposición sobre mercados; ahí definió su arte como un vehículo universal que también es local; por lo tanto, los mercados fueron expresados como representación de la identidad desplegada a través de la comida, los olores, el sonido, las formas estéticas y la textura. El papel picado mexicano, del cual también se inspira, es otra muestra de ello. Todos, elementos conformadores de identidad.
Objetos y lugares
Los libros de artistas son una derivación de su trabajo, aunque conserva varios de ellos, de algunos sólo tiene catálogos y fotografías, mismos que recuerda de manera entrañable. Se trata de libros en tonalidades oscuras y negros de distintos tipos que tratan de memorias. No recuerda exactamente cómo, pero en ese momento tenían que ver con su vida. El color, incluso el negro, forma parte de su pasión y de lo que entiende como lenguaje, si el lenguaje es negro, no tiene miedo de usarlo, pues existe en la oscuridad una parte simbólica que a veces tiene cosas que decir, explica.
Estar vinculada a Tepoztlán, más cuando se pinta desde la vida, trae consecuencias, la exposición Árboles y Nidos del año 2000 fue una de ellas. En ella integra la naturaleza al ensamblaje de colores, texturas e ideas. En esa época aún no vivía en Tepoztlán, pero iba con regularidad. Fueron tiempos de familia, pero también de cambios. “Mis hijas se iban a la universidad y el nido se quedó vacío, son cosas muy simples. Trabajé mucho en el concepto del árbol respecto a la madre y con nidos como la idea de que mis hijas salieron a volar. Definitivamente, mi vida aparece ahí”.
Después de esa época de cambios y de despedidas, “apareció otra vez el espacio abierto”, de ahí que presentó la exposición Abriendo Espacios en el año 2002.
Cuando se abren los espacios también se abre el mundo, las posibilidades, y tal vez no sea casualidad que la siguiente exposición en ese mismo año, llevara como título Desplazamientos. En ella hay mapas, pies, que hablan de moverse de un lugar a otro, de cambiarse de casa, de país, pero también de los desplazamientos que ocurrían en Colombia en esos años.
Para entonces su hermano, el Arquitecto Federico Cristóbal Pérez Barrientos, patrocinado por una ONG Internacional, viajó con su equipo diseñando y reconstruyendo pueblos por todo Colombia con el fin de que fueran de nuevo habitables y pudieran regresar a vivir a ellos las personas desplazadas por la violencia. “Estaba rehabilitando poblados para que la gente pudiera regresar a sus casas”.
Esta situación fue generada por las muchas formas que ha tenido la guerra en Colombia, “entre paramilitares, guerrilla, los pueblos que fueron tomados y que luego se trataron de rehabilitar […] En esa ocasión le pedí a muchos artistas y a mi familia que me pusieran por correo una foto de sus pies y los incorporé en la obra; entonces hay varios pintores, mis hijas que también se habían ido, etc”. El propio catálogo de la exposición tiene una declaración de la artista que vale la pena reproducir:
Parte del proceso de la pieza ha sido el confrontar su diversidad, algunas veces una aceptación inmediata, otras, indiferencia, silencio, cuestionamiento, amistad, curiosidad. Obtuve fotografías de 25 artistas. Con cada colaboración elaboré una pieza individual pero todas ellas conforman una sola obra. El orden de la llegada de los sobres fue el eje de la composición, y de ahí en adelante, el transcurso del tiempo, el diálogo generado, el interés o el no interés, han sido factores importantes para saber cómo y en dónde estoy “parada”.
(Perez-Adelman, 2002)
En esta misma línea tiene una obra en tonos azules que llama mucho la atención, se titula Pasaporte y cuenta que es una de sus preferidas. Es su propio pasaporte colombiano que usó en el viaje de Colombia a México; para dicho cuadro utiliza mapas y tejidos, incluso, el mapa de la Ciudad de México. La exposición se tituló Paraísos internos. Cuando le menciono el nombre de una obra titulada Izquierda derecha que puede pensarse se refiere a la división del mundo, Juanita menciona que más bien habla del lado izquierdo y del lado derecho del cerebro, del lado creativo y del matemático, que se supone tenemos los seres humanos. La línea que divide la vida material de la interna, es apenas perceptible, dice. Al final, “las fronteras son bastante personales […] y aunque entiendo su importancia teórica y política, yo siempre le apuesto a los tejidos y a las conexiones que son más que las fronteras; pienso que los seres humanos tenemos más cosas en común de las que nos separan. Tengo claro lo que está pasando aquí, en Estados Unidos, en Colombia; están asesinando de nuevo periodistas, líderes todos los días, en Colombia y aquí, ni se diga; en Estados Unidos también, pero quiero tener fe de que las cosas van a cambiar”.
Afuera. Adentro. Puertas es otra exposición que sigue en esa misma tónica; Juanita cuenta que practica meditación vipassana desde hace varios años, una de las técnicas de meditación más antiguas de la India que data de hace 2500 años, aproximadamente. Tiene que ver con la autobservación, por lo tanto en su caso, tiene que ver “con fronteras, con lo que está dentro y con lo que significa estar afuera”. Una parte de esa serie se inspiró en los viajes que ha hecho al interior de México, menciona la Sierra Gorda; mientras que otra, la obra nombrada Con el volcán adentro, que uno pensaría que se refiere a los volcanes de México, se refiere a los volcanes que todos tenemos dentro, a los mundos internos. “Yo siento que soy un volcán que va a estallar, y que a través de la meditación y de la pintura es donde se estalla, en la obra; siento que esa fuerza contenida tiene que salir por algún lado, todos tenemos esa fuerza contenida, la energía que tienes dentro tiene que ser expresada en algo, de manera constructiva o negativa, pero no se puede quedar en la neutralidad”. Un paso lógico, después de ese escrutinio interior, fue la exposición (también en la Casa Lamm) Nombrar las cosas en 2008, que es de alguna manera el lado opuesto: “el análisis de la mente y a través de nombrar algo, lo concretas”.
La idea de esta serie tuvo su origen una ocasión en que visitaba a su madre en Santo Domingo; todos los que llegaban ponían cosas sobre una hermosa mesa. A manera de analogía, la artista llegó a la conclusión de “que todo lo importante que nos pasa en la vida, los libros, la comida, las reuniones con los otros, sucede sobre una mesa. En la mesa se nombra pues, el libro, las llaves, la taza de café, el pasaporte, los papeles o lo que sea, y al nombrar las cosas, suceden”.
Balance: entre reflexión y sentimiento
La conversación finalmente llegó a su fin, tuvo mucho que ver con el devenir de una vida que, según la artista, es un “tejido de vida” mostrado a través de su pintura, la cual, trata de “unir países, emociones y sabores” que, así como se nutre de las experiencias, también lo hace de la curiosidad, la conexión con el espectador y sus reacciones, lo cual termina por darle forma. Su pintura no tiene mensajes directos, son capas que hay que observar con cuidado para llegar a entender las sutilezas que hay en su trabajo. “Capas emocionales y físicas, a las que hay que adentrarse”, tan sutiles, que por ejemplo una fotografía, no capta con facilidad.
Antes de su última exposición en 2019, estuvo varios años trabajando en su taller sin mostrar su trabajo, salvo en visitas privadas; sin embargo, su conclusión fue la siguiente: “para que el arte se complete tiene que ser visto, se necesita del otro, de su mirada; para completar el círculo del arte, sola, en mi taller, estaba a medio camino. Siento que la persona que ve la obra es la que la completa”. Como es de esperarse, Juanita está trabajando en la pandemia con tejidos, con mapas, con puertas, reformulando una y otra vez esos temas que han marcado su camino, pero incorporando, ensamblando, nuevos elementos que la vida le sigue poniendo delante.
Entrevista realizada por Isis Saavedra Luna el 23 de diciembre del 2020 en Tepoztlán, Morelos.
Referencias
3ª Bienal de Arte de Bogotá, agosto de 1992. Museo de Arte Moderno de Bogotá – Alcaldía Mayor de Bogotá.
Catálogo de la exposición, El ruido del tiempo, Galería Kin, México, 1998.
Catálogo de la exposición, Tejidos, Galería Kin, México,1998.
Catálogo de la exposición, Árboles y nidos, Galería Kin, México, 2000.
Catálogo de la exposición, Abriendo espacios, Galería Kin, México, 2001.
Catálogo de la exposición, Desplazamientos, Galería Kin, México, 2002.
Catálogo de la exposición, Paraísos internos, Casa Lamm, México, 2003.
Catálogo de la exposición, Afuera. Adentro. Puertas, Casa Lamm, México, 2006.
Catálogo de la exposición, Nombrar las cosas, Casa Lamm, México, 2008.
Catálogo de la exposición, Vida, Casa Lamm, México, 2011.
Catálogo de la exposición, Hilos y secuencias / Threads & sequences, 2019, Centro de Cultura Casa Lamm. [Inauguración: 09 octubre / Clausura: 12 noviembre, 2019] Ciudad de México.
Pérez-Adelman Juanita, Changes and torn spaces. Thesis for the degree of Master
in Arts, 1978, California State University, Northridge.
Pérez-Adelman Juanita, “Markets”, Berkeley Review of Latin American Studies, University of California, Berkeley, Fall 2004.