Veredas. Revista del Pensamiento Sociológico

Por Bruno Lutz / Profesor investigador, Departamento de Relaciones Sociales. Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco.

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Esta enfermedad tiene varios nombres como los hijos de buena familia: Coronavirus, Covid-19, SARS-CoV-02. Es tan conocida que hoy en día es una pandemia y dicen que es nuestro deber reaprender a comportarnos los unos con los otros. Para tal efecto, la Organización Mundial de la Salud ha reescrito el “Manual de urbanidad” de Carreño para sociedades latinoamericanas de la post verdad. Las nuevas normas recomiendan no saludarnos de beso ni de mano, no agarrar objetos que han sido tocados por nuestro abuelito, sin ponernos gel en las manos antes y después; bañarnos y lavar nuestra ropa después de haber ido a comprar tortillas, etc. Nos instan a ver a nuestros interlocutores como recipiendarios biológicos del coronavirus, una especie de bomba de agentes patógenos. En esta época de confinamiento, si vemos alguien sonreír forzosamente es que no tiene cubre boca. En Estados Unidos diríamos que es republicano, pero en otros lugares pensaríamos que es un ignorante, un loco o un serial killer. Si alguien se ríe solo -como el presidente en sus conferencias matutinas- se adivina que está vaporizando gérmenes a su alrededor, tal un aspersor de agua en la Alameda Central. Invisible bajo la lupa del mejor detective, este virus anda de reven en las agarraderas calientes del metro y los asientos destartalados de las combis; toma su descanso sobre nuestros celulares sin importar la marca y el modelo; se va de paseo con el aire condicionado y, todas las veces que puede, se reproduce en nuestra nariz y garganta para dar nacimiento a mutantes. Esto lo dice, con términos técnicos, el zar anti-Covid 19 que habla todas las tardes en la televisión. Los mexicanos creemos en el Chupacabras, la Llorona, los extraterrestres, Santa Claus, los Reyes Magos, pero por una extraña razón no creemos en el Coronavirus; ni tampoco a los políticos. Algunos influencers nacionales sospechan la celebre marca de cerveza “Corona” que patrocina el confinamiento. Otros internautas, quienes dedican su ocio a la teoría de la conspiración, aseveran que fue una creación del gobierno chino para conquistar el mundo y la cara escondida de la luna. En cuanto a los ecologistas aseguran que, en realidad, es una campaña mundial para erradicar a los murciélagos de la faz de la tierra. Mientras, los médicos se desesperan de nuestra ignorancia. La gente dice que se enferma de gripe. Las farmacias y las funerarias exultan.

            En cuanto a la idea de una sanitización permanente de los espacios públicos es una quimera que alimentan los demagogos de la era Covid. El cero contagio es el sueño de misántropos y de los epidemiólogos. Nos dicen que el distanciamiento social -esta expresión horrenda denunciada con razón por el filósofo Bernard Henry Lévi- nos ha convertido en potenciales enemigos los unos de los otros. No respeta los sexos ni las clases sociales; es la enfermedad de la sociabilidad. Exit la convivencia cercana y welcome la tele realidad. Se pretende aniquilar el virus matando lo que hace nuestra humanidad. Y precisamente es cuando estamos solos, aislados del resto de la especie humana, que debemos llevar a cabo los “gestos barrera de protección”. Se trata de medidas de higiene seguidas por los cirujanos, pero, a raíz de la pandemia fueron democratizadas a la masa de la población mediante una eficaz propaganda. Nos convirtieron en cirujanos imaginarios con nuestro cubre boca KN95 certificado por empresas chinas y nuestro galón de gel antibacterial (de más de 70 por ciento de alcohol) que nos acompaña donde nos movemos, es decir, en cada rincón de nuestro hogar. Tener un chapoteadero antibacterial en la entrada de nuestro departamento es bien visto porque nos dicen que abajo de nuestros zapatos hay colonias de gérmenes que viajan gratuitamente cuales pasajeros clandestinos. Abrir sus ventanas en todo momento para que el aire circule es muy bueno, salvo si nuestras ventanas dobles están selladas ad vitae y si tenemos al aire condicionado como hermano mayor del respirador artificial. Además, debemos hacer del cloro un aromatizador; de nuestra casa, un hospital y gimnasio a la vez. Nos confinan en nuestro hogar, pero al mismo tiempo nos encomiendan estar sanos y hacer ejercicio.

            Al respecto, los tutoriales de Youtube tienen mucho éxito. Instructores e instructoras de educación física rivalizan de ingeniosidad para enseñarnos cómo mantenernos en forma. Asimismo, aprendemos a convertir nuestro burro de planchar en caballo de gimnasia, nuestros paquetes de leche en pesas, nuestra cama en receptáculo del salto de altura, nuestra bañera en alberca olímpica y nuestro corredor en una pista para hacer un maratón. Lo mismo pasa con las recomendaciones de lo que debemos comer en tiempos de Covid. Tan amplio es el mercado virtual de las dietas para prevenir el coronavirus, que encontramos recetas para omnívoros -las menos-, vegetarianos, veganos, diabéticos, frugívoros e incluso los mediterráneos (sic). Médicos y nutriólogas amateurs cosechan Likes en las redes sociales diciéndonos, en todos los idiomas, que lo ideal es tomar en ayunas un coctel multivitamínico súper potente para elevar nuestras defensas hasta el cielo. La vitamina D es la que tenemos que adoptar, dicen algunos. Otros afirman que consumir antioxidantes es la mejor conducta ante el peligro de contagio. Unos que se presentan como expertos nos informan que debemos comer fibras para alimentar nuestro microbioma (sic). Y así sucesivamente. Con estos consejos, los alimentos son medicinas y las medicinas son botanas. También podemos comprar croquetas online para el coronavirus, al mismo tiempo que las de nuestras mascotas. En ausencia de vacuna, una croqueta. Todo hay en las redes sociales en esta época de pandemia.

            Pero gracias a la magia de Internet olvidamos que estamos encerrados.

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