Rafael Guevara Fefer/ Profesor titular del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM). Imparte cursos de Historia de la Ciencia desde 1992. Investiga sobre la historia de las ciencias biológicas e historiografía de las ciencias en América Latina.
(…) de los tres reinos de la naturaleza, el vegetal es el que desempeña el papel más importante y sin contradicción el más fecundo, puesto que es el gran receptáculo de la vida. El que nutre mediata o inmediatamente, a quien vuelven las moléculas de los seres organizados cuando mueren y se desagregan. Él mantiene sin interrupción la circulación de los fluidos asimilables de la tierra y de la atmósfera. Si su acción se paralizase o se destruyese el reino animal se anonadaría, las fuentes de la alimentación serían cegadas, la inanición extendería por doquier los dominios de la muerte, toda organización sería destruida, todo foco vital se extinguiría. Herrera Fernández, 1870.
Estas palabras del infatigable profesor Alfonso Herrera Fernández, artífice de las Farmacopeas mexicanas de finales del siglo XIX, dejan claro que el pasado de la humanidad como cultura y como especie biológica fue posible gracias a las plantas, y que el presente, así como el futuro, no son posibles sin el reino vegetal y todas las riquezas y misterios que podemos encontrar en éste, debido a la doble voluntad humana de representar e intervenir a la naturaleza que data de miles de años. Una formidable historia que confirma la lección de la farmacia mexicana decimonónica es la obra Laboratorios en la selva. Campesinos mexicanos, proyectos nacionales y la creación de la píldora anticonceptiva de Gabriela Soto Laveaga, recién editada en español por nuestro sempiterno Fondo de Cultura Económica (2020), después de una década de su primera edición en inglés. Libro de historia que extrañamente está publicado en la Colección Ciencia y Tecnología, a pesar de que en éste no se destaquen acciones epistémicas de la ciencia o sus resultados más conspicuos. Más bien es una potente historia que visibiliza a la gente de campo que colectó la raíz de la Cabeza de Negro y la del Barbasco para convertirlos en esteroides y anticonceptivos, así como de su capacidad para movilizar plantas silvestres, el lenguaje químico y los laboratorios a su favor, lo que nos recuerda Pasteur: una ciencia, un estilo, un siglo (1995) de Bruno Latour.
La autora afirma al final de la obra: “Como demuestra este libro, un puñado de campesinos aprendieron los suficiente de procesos químicos esenciales para manipular la producción de diosgenina. Dichos individuos se beneficiaron financiera y socialmente al asociarse con la raíz” (p. 298). Así mismo pudieron participar de las políticas públicas nacionales y en las empresas paraestatales. Este hurgar científicamente en las comunidades vegetales para obtener productos para la salud y la industria no era novedad en los años cuarenta del siglo XX. Desde el siglo XIX los proyectos de modernización de este país de campesinos y mineros, echaron a andar el Instituto Médico Nacional, en éste se mezclaron la ciencias biomédicas para poder lograr una terapéutica nacional y la química-farmacéutica fue un instrumento indispensable para construir los ritmos de la vida moderna y para convertir los recursos naturales en mercancías y riqueza.1 Aunque la pretensión de lograr medicinas propias tuvo que enfrentar a la vuelta del siglo XIX un cambio de régimen político, la dinámica del capitalismo y una poderosa industria farmacéutica trasnacional que ya estaba armada con patentes y dispositivos protectores de la propiedad privada. Si bien no era suficiente con conocer y explicar la naturaleza de las plantas, había que transformarlas en mercancía, y eso es otra historia.
1 La dimensión de tal institución como precursora de logros e historias que vendrían en el siglo XX puede aquilatarse en Gabino Sánchez Rosales (2019), Historia del Instituto Médico Nacional de México 1888-1915. México: Facultad de Medicina-UNAM.
Es preciso comentar, desde nuestros pininos en este negar el ocio/negocio, qué es hacer historia de la ciencia. Nos preguntábamos, en una atmósfera propia de los efectos del alcohol, el tabaco y los cafés, qué hace a un libro de historia ser bueno. Hoy, muchos años después y muchas trasnochadasacumuladas, no tengo respuesta para saber a ciencia cierta qué debe contener un libro en sus hojas y entre sus pastas, para que sea leído y vuelto a leer; de esos que tienen potencia explicativa, que son atractivos, seductores y, por supuesto, que no serán alejados de las discusiones futuras por las modas historiográficas.
Debo aclarar que en cualquier taxonomía hay definiciones básicas que ayudan a acomodar los objetos —libros de historia de la ciencia, plantas, virus o animales—, más siempre existe la percepción de quien conoce en teoría y en la práctica, el género y la familia de los objetos a clasificar. Como clasificador involuntario y luego obligado, de textos sobre ciencia en México —como he sido desde hace casi tres décadas—, tengo la percepción de que Laboratorios en la Selva es una obra interesante, útil y emocionante para el ojo entrenado y para cualquier curioso pertinente e impertinente.
Este libro resistirá las modas y las tragedias historiográficas, luego se transformará a partir de hoy, de ahorita mismo, en referencia obligada para quienes viven del cuento. Sí, del cuento que viene produciéndose alrededor de la memoria científica nacional, particularmente de las ciencias biomédicas, pues es una obra que visiblemente contribuye a la comprensión de las ciencias en el segundo tercio del siglo XX. Poco a poco, y a ratos aprisa, tenderá a ocupar el lugar que le corresponde en el universo de obras históricas que piensan la ciencia a través del tiempo en México; por supuesto será un lugar preponderante, cerca de las obras de Mechthild Rutsch, Luz Fernanda Azuela, Patricia Aceves Pastrana, Haydeé López Hernández, Mette Wacher Rodarte, Martha Eugenia Rodríguez Pérez, María Luisa Rodríguez Sala, Ana Cecilia Rodríguez, Ana María Carrillo, Laura Cházaro García, Rosaura Ruiz Gutiérrez, Ana María Huerta Jaramillo, Miruna Achim, María de la Paz Ramos Lara, Daniela Bleichmar, Graciela Zamudio Valera, Lucero Morelos Rodríguez y de otras autoras y autores que no por omitirles, son menos importantes para sumergirnos a través del tiempo en los trabajos y los días de la ciencias mexicanas.
Leer la obra de Gabriela Soto reiteró el recuerdo de una lección decimonónica de la república de las letras: la mejor refutación que se puede hacer de una obra es hacer una de mejor calidad sobre el mismo tema. Ahora sé que ante el impulso de criticar el trabajo de algunos de los colegas que investigan las ciencias biomédicas, la dinámica cultural de la ciencia en el siglo XX o sobre las instituciones científicas, lo mejor será recomendar Laboratorios en la Selva.
Así que para quienes andan a la caza de supuestas innovadoras metodologías que expliquen la trayectoria histórica de los saberes científicos, mismos que luego se enganchan con mera pirotecnia verbal o con teorías y métodos que parecen recetas universales -que ya comprendimos que éstas no existen más que como brújulas o para inspirar nuestras perspectivas-, antes que nada lo mejor será invitarles a que lean esta obra, en lugar de emprender sendas discusiones que en algunas ocasiones sólo son un juego de frontón de palabras y cartas credenciales, y en otras, intentos de iluminación garantizada cuando los colegas son fuereños o tienen la claridad propia o el prejuicio de que la ciencia en América Latina es y ha sido periférica, atrasada, subdesarrollada o, en el mejor de los casos, dependiente. Y advertirles que el libro reitera la manida palabra populismo, sin una conceptualización adecuada para usarla, pues se usa lo mismo para hablar de Luis Echeverría que de Lázaro Cárdenas. Sin embargo, la atractiva narrativa de este texto está lejos de agotar las explicaciones sobre la comunidad científica mexicana y la llamada “píldora”, aunque nos da muchas pistas para explicar y comprender el papel que jugaron los químicos y ecólogos mexicanos del siglo XX para con sus disciplinas y para el país mismo.
Laboratorios en la selva es de fácil y grata lectura, lo que significa que, detrás de este libro, hay mucho trabajo de archivo, campo y gabinete, así como talento y pasión por parte de su autora. Sin duda ayuda a la narrativa del mismo, que el asunto de que trata es atractivo y que los personajes son carismáticos; tanto los químicos que obtenían esteroides de la Cabeza de negro y la píldora anticonceptiva del Barbasco, como los campesinos que cuentan a la autora cómo fue posible la gesta de arrancar a la selva sus frutos en medio de tanta adversidad y arriesgando la vida misma.
Quien visitó en abril del año 2006 el National Museum of American History (Washington D.C.), pudo admirar una exposición sobre los desarrollos tecnológicos y su importancia para el mudo actual; ésta era un espectáculo museístico para todo público que educaba informalmente sobre cómo ciertos inventores a través de la ciencia y la tecnología, así como por su propia genialidad, lograron inundar nuestro tiempo de objetos fantásticos que nos hacen la vida más fácil.
La narrativa plástica, escrituraria, lumínica y espacial de la exposición dejaba un lugar privilegiado para la invención de la pastilla anticonceptiva, la píldora: hecho histórico del siglo XX tan importante como los procesos de descolonización que vivió el mundo después de la llamada Segunda Guerra Mundial, o como cualquiera de los hechos fundamentales de nuestro cronotopo. Por primera vez, sin renunciar al sexo, las mujeres podrían, si se les permitía —fundamentalmente porque nuestras sociedades machistas y heteronormadas se han encargado de imponer límites al ejercicio de la sexualidad—, tener la opción de elegir cuándo y cómo embarazarse. La píldora es un producto cien por ciento interdisciplinario hecho de una mixtura de saberes tan diversos como la botánica, la endocrinología, la ecología de las selvas mexicanas, la bioquímica, la fisiología y otros tantos, que llenaría páginas enteras. Antes de llenar páginas con muchos datos, sólo quiero ilustrar que en esta experiencia museográfica imperial pude confirmar que la participación fundamental de México, como naturaleza y como tradición científica, fue omitida de la sorprendente historia de la famosa píldora, para poder contar el cuento de que los países del Norte, solitos, producen lo bueno de este mundo, dejando a los países del Sur el rol de comparsas.
(Guevara, 2014)
Hoy gracias a Laboratorios en la Selva, tengo la esperanza de que en próximas exposiciones cuyo tema sea: “cómo fue posible lograr la famosa píldora anticonceptiva”, en cualquier parte del mundo éstas puedan dejar muy atrás la versión histórica que hacía invisible los actores y sucesos mexicanos que la hicieron posible.
Mirar hacia atrás y observar que desde los años 40 del siglo pasado existe la capacidad de convertir raíces en mágicos fármacos no debe sorprendernos, pues ya desde las segunda década del siglo XX, el farmacéutico Alfonso Luis Herrera, otro Alfonso distinto al que abre este texto, considerado por cierta historiografía el primer biólogo mexicano, afirmaba particularmente en su Biología y plasmogenia (1924), que la ciencia que él proponía para comprender la lógica de la vida, una vez triunfante, permitiría a la medicina “curar o evitar todas la enfermedades, la vejez y la muerte”. Tal como prometen algunos de los artífices de actual biotecnología. Tal como creían algunos científicos y campesinos de esta historia de esteroides y píldoras que comentamos. Aprovecho para invitar a investigar la trayectoria de las ciencias en México durante el siglo pasado, tema poco frecuentado que puede rendir frutos tan vitales como este libro de Gabriela Soto Laveaga.
Referencias
Guevara F., R. (2014) “Relato Imperial de la píldora” en Lo duro de la Ciencias Blandas.
Microensayos sobre la sociedad contemporánea, la ciencia y su historia. México: UNAM.
Herrera F., A. (1870) “Apuntes para la geografía Botánica” en La Naturaleza, Tomo I, p. 81.
Herrera, A. (1924) Biología y plasmogenia (3a edición). México: Herrero.
Latour, B. (1995) Pasteur: una ciencia, un estilo, un siglo (Traducción Stella Mastrangelo). México: Siglo XXI-Secretaría de Salud.
Sánchez R., G. (2019) Historia del Instituto Médico Nacional de México 1888-1915. México: Facultad de Medicina-UNAM.