Veredas. Revista del Pensamiento Sociológico

Hugo Enrique Sáez A. / Doctor en Filosofía. Profesor investigador, Universidad Autónoma Metropolitana
Xochimilco (retirado) y en la actualidad consultor de la ONU.

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El breve ensayo que presento se enfoca en analizar las funciones del lenguaje enunciadas por Roman Jakobson y su importancia para la redacción científica. Asimismo, se introduce una función nueva que se denomina función nominativa (“en nombre de quien se habla o escribe”).

Valga como primera aclaración, que ha habido un tratamiento muy restringido del concepto “proceso de la investigación científica”, tanto en las llamadas ciencias duras como en las menos apreciadas “sociales”. A fin de aclarar malentendidos, es imprescindible diferenciar dos procesos que se entrelazan y son simultáneos en la producción científica. En primer lugar, lo que podría denominarse “el proceso de trabajo científico”, que se refiere a la práctica cotidiana mediante la cual un investigador o un grupo de investigadores genera el conocimiento científico. Así, el concepto “proceso de trabajo” se refiere a cualquier actividad que despliega una fuerza de trabajo humana con instrumentos de trabajo que transforman un objeto de trabajo determinado en un producto que satisface una necesidad humana cualquiera. En el capitalismo, todo proceso de trabajo tiende a ser subsumido en un proceso de valorización económica. El proceso de trabajo científico se organiza en la sociedad a escala internacional como una tarea colectiva –desarrollada en escuelas e institutos dirigidos por especialistas, con la participación de estudiantes– que consiste en una serie de procedimientos enfocados metódicamente a la producción de un conocimiento secular verificable sobre un determinado objeto de la realidad; a su vez, ello supone realizar un conjunto de actividades empíricas planificadas conceptualmente que concluyen en un resultado comprobable. Luego, este resultado se materializa en algún tipo de comunicación escrita.

Saber hacer algo significa saber lo que se está haciendo. Cuando se actúa sin saber lo que se está haciendo, hay que improvisar y a veces se acierta, pero otras no. Por este motivo, una descripción de los elementos que se combinan en el acto de la comunicación proporciona una imagen de esta actividad que ayuda a realizarla mejor. En consecuencia, una comprensión más acabada del proceso de la comunicación humana es un buen punto de partida con miras a iniciar un entrenamiento de la escritura, que tanto preocupa a estudiantes universitarios cuando redactan su tesis. 

Se ha escogido un camino erróneo cuando se desprecia la teoría y sólo se pretenden captar las recetas prácticas que pueden generar productos en serie hechos con un estilo mecánico y bastante impersonal. Existen, por supuesto, muchos manuales que explotan las fórmulas fáciles y medran con la ilusión de que la redacción se aprende sin esfuerzo (o sin dolor). En cambio, el auténtico aprendizaje requiere esfuerzos sostenidos para conquistar esa habilidad. 

Así, el lingüista alemán Karl Bühler, basándose en un análisis del diálogo Cratilo de Platón, había establecido que la comunicación consiste en que “alguien habla (función de expresión) a alguien (destinatario) de algo (el contenido o representación)”. He aquí una descripción inicial muy sencilla. Roman Jakobson modificó las tres funciones del lenguaje enunciadas por Bühler y diferenció seis elementos que constituyen el fenómeno de la comunicación. A su vez, el papel que desempeña cada elemento en el proceso de la comunicación posibilita distinguir la complementariedad entre las distintas funciones del resto de los elementos identificados. 

Síntesis de los elementos de la comunicación

Los seis elementos que identifica Jakobson se denominan emisor, receptor, enunciado o mensaje, código, canal o medio, y referente. En los siguientes párrafos se describe cada uno de estos elementos y la mutua relación que guardan. 

EMISOR

La función de expresión identificada por Bühler hacía referencia al locutor (aunque también se comunica sin hablar o sin escribir, con el lenguaje corporal o con señales preestablecidas) o sujeto que emite un mensaje. Jakobson lo denominó emisor y se trata de quien habla, escribe, envía señales a corta o larga distancia, o gesticula. Ubíquese el aprendiz en esta función primaria que significa comunicar algo a alguien. ¿Cuál es la forma más clara de hacerlo? Puede ser que me dirija a un amigo en el trato directo o un profesor exponiendo frente al aula; también son emisores los individuos y los grupos por medio de un canal de televisión o una estación de radio, en la comunicación de masas; un libro, un periódico o un documento escrito también operan como emisores en la comunicación editorial; cada vez se vuelve más común conversar (o “chatear”, como se dice ahora) por medios electrónicos con personas que en ocasiones se desconocen. En el caso de las redes debe considerarse tanto el robo de identidad como la simulación de emisores por medio de robots (los bots); se requiere una investigación profunda para controlar las llamadas “fake news”, en otras palabras, las mentiras que se difunden para conformar un público político pasivo. 

Nótese que la variedad de emisores reclama que adoptemos distintas estrategias comunicativas, observando la regla de que el emisor sea confiable y capaz de hacerse entender. Luego, en la escritura científica es preciso que el emisor distinga con claridad entre su propia elaboración del mensaje y las fuentes que ha utilizado.

La función asociada al emisor se denomina emotiva, expresiva o denotativa y consiste en que el emisor marca su presencia en el mensaje, por lo general mediante la primera persona singular. Esto se entiende de la siguiente manera. Hay ocasiones en que el emisor se incorpora en el mensaje para enfatizar la intensidad de lo que quiere expresar. “Estoy (yo, primera persona, el que habla) convencido de que debemos acometer con decisión el combate en contra de la pobreza…” suele resonar con estridencia en la primera frase de un discurso político. En cambio, “es necesario combatir la pobreza” (no se aclara quién sostiene o asevera esto) sería un juicio impersonal con muy poco valor para convencer a sus seguidores. “Yo les aseguro que la victoria final está próxima…” es otra forma denotativa en que el sujeto se compromete en el interior del enunciado. Más coloquialmente, alguien puede saludar diciendo “¿Cómo estamos?”, incluyendo al interlocutor en la primera persona plural, que es la estrategia discursiva del Papa: usar el “nosotros” al hablar para referirse al conjunto de la Iglesia. Es el plural mayestático, que no se recomienda en escritos académicos.

Enrojecer al hablar es indicio de vergüenza o timidez, y esa emoción se agrega al discurso verbal. Es un recurso expresivo. Variar las entonaciones de la voz, también. En el discurso de las ciencias sociales sería conveniente que el emisor como sujeto pasara inadvertido en el texto, salvo que se trate de descubrimientos originales. La ciencia es un discurso impersonal en el que la primera persona resulta innecesaria. Sin embargo, con frecuencia se lee en un reporte que el autor se refiere a “nuestro país”, o permanentemente apela al “nosotros”, diciendo “opinamos”, “sostenemos”, sin que en su afirmación se note la necesidad de su presencia en el discurso. Se discute en otra parte el hecho de que en las ciencias sociales el sujeto cognoscente está involucrado con el objeto de estudio, pero ello no se refleja con una redacción tan elemental. En todos los casos, la primera persona plural o el posesivo no agregan elementos de claridad; al contrario, entorpecen la lectura. En un teorema matemático, en cambio, nunca se encontrará que Pitágoras haya escrito como prólogo “nosotros hemos demostrado que los ángulos interiores de un triángulo en nuestra amada Hélade suman 180 grados”. 

RECEPTOR

Este elemento hace referencia a la persona que recibe un mensaje. En el trato directo con la gente se posibilita el establecimiento de una interacción, una retroalimentación, ya que en forma alterna el receptor se convierte en emisor, y viceversa. En la comunicación social, el receptor suele estar imposibilitado de responder al mensaje que capta proveniente de un medio de masas, aunque las empresas utilicen el artilugio de “programas interactivos” en los que el receptor participa mediante el teléfono o el correo electrónico. En estos casos, el emisor no renuncia al control de la comunicación porque se reserva el derecho de censurar los contenidos de los mensajes o de plano eliminar las respuestas que considere negativas. 

El lenguaje escrito que puede leer cualquier desconocido nos exige ceñirnos a un grado de precisión y especificidad que evite lecturas equívocas. De todos modos, el receptor no es un ente pasivo y siempre adapta y modifica el sentido de los mensajes. La recepción nunca es idéntica –en cuanto al sentido– a la emisión. El receptor traduce e interpreta siguiendo sus propios códigos. La función que en la comunicación acentúa la interpelación al receptor se denomina conminativa o conativa. “Compañeros…”, “mexicanos…”, “amable lector” (ya en el terreno de la cursilería), son algunas fórmulas que incluyen al receptor en el mensaje. En rigor, las ciencias esperan que el interlocutor haga una lectura activa de los documentos, aporte su propio esfuerzo de comprensión y aun de corrección de los escritos.

EL ENUNCIADO O MENSAJE

Este elemento designa el contenido de la comunicación; se puede extraer su significado desde una simple interjección (¡ay!), o de un discurso oral o escrito estructurado y extenso; se puede comprender en los gestos de un baile. En los documentos, el mensaje es lo que se dice. Un mismo contenido admite múltiples interpretaciones. ¿Estamos seguros de que dijimos lo que queríamos decir? La función estética o poética, asociada al enunciado, establece la relación entre significante y significante, y por ese medio genera un choque entre los significados a los que remiten los respectivos significantes. Entre los significantes se da un cierto isomorfismo fonético que los asocia en la mente del receptor. De esta manera se dota al signo de un atractivo para el receptor del mensaje. Jakobson analizó el lema de campaña del candidato “Ike” Eisenhower, presidente de los Estados Unidos en el decenio de 1950. El slogan se reducía a repetir en carteles, botones, televisión: “I like Ike”. El significante Ike destacaba por su rima con el significante like, y en su relación con el significado de ambos se producía una asociación imaginaria entre “me gusta” y la persona del candidato. En contraste con esta sensación placentera, la cacofonía (“ingresaron importantes importaciones”) se descalifica no por su significado, que puede ser lógico, sino por el mal sonido efecto de la repetición. La función poética se asocia con la creatividad artística, está presente en los mecanismos del chiste y se utiliza ampliamente en la publicidad comercial, así como en la propaganda política.

CÓDIGO

Si el emisor y el receptor no participan de un código común, no se establece el intercambio de significados. Aun así, si el código es común también se producen equívocos, malentendidos, interrupciones. En la mayoría de los juegos de lenguaje hay un código oculto o subterráneo, de modo que la interpretación literal del mensaje no agota su significado. Es el caso del albur en México, donde palabras cotidianas suelen utilizarse para expresar mensajes cargados de sexualidad. El código está integrado por el sistema de reglas de significación y denotación. En el caso particular de las palabras técnicas, éstas asumen un significado especial que es indispensable aclarar porque difiere de su significado en la vida cotidiana. El término “onda”, por ejemplo, en lenguaje coloquial puede significar la forma del pelo o de las olas, inclusive puede designar el carácter de una persona cuando decimos que es “buena onda”; en cambio, con “ondas hertzianas” se mencionan fenómenos estudiados mediante el código usual en la física.1 

1 Desde el punto de vista epistemológico, el discurso científico siempre encuadra los fenómenos como función o como estructura de categorías abstractas que no deben confundirse con los hechos reales, sino que deben utilizarse para reflejar esos hechos reales. Jean Duvignaud (1982) plantea al respecto: en el estudio de sociedades diferentes a las nuestras, los observadores se han “limitado a la búsqueda de modos permanentes y universales de la vida colectiva, y a la elaboración de conjuntos coherentes que remitan a la vida total de un grupo (o de la ‘humanidad’), sea para ayudar a su mecanismo, sea por correlación metafórica con otros elementos situados en ese conjunto”. En consecuencia, el conocimiento científico de la sociedad se enmarca en un proyecto de explicación racional del mundo y tiene su punto de partida en categorías generales y abstractas. Los casos particulares siempre serán entendidos como función de un proceso más amplio o bien como elemento de una estructura global. Esa limitación de origen entraña dificultades para expresar en el discurso la singularidad de los casos analizados. ¿Cómo entender las circunstancias de espacio y tiempo sin quitarles la especificidad y la propiedad inherente a fenómenos irrepetibles? Por lo mismo, las comunidades humanas sometidas a estudio reclaman con legitimidad no ser confundidas con los gráficos y cuadros estadísticos de un trabajo de investigación.

La función metalingüística se refiere a esta apelación al código. Por ejemplo, decimos en un texto determinado que se está empleando la palabra “cáncer” en el sentido médico del término, y con ello impedimos la confusión con la constelación del mismo nombre. La función metalingüística es esencial en los que hemos denominado lenguajes artificiales, en especial las ciencias. Así, en un protocolo de investigación se incluye a menudo un glosario conceptual en el que se definen los términos básicos que serán empleados en el estudio. No debemos suponer que si digo ideología, Estado, educación, etc., todo el mundo entiende su significado. Si analizo los fenómenos desde una teoría, los conceptos deben ser claros. Conviene precisar de manera específica el significado con que se emplean los términos en un estudio porque ello nos permite identificar con precisión a qué se refieren las variables e indicadores de la investigación.

CANAL O MEDIO

Se entiende por canal el medio material de difusión de un mensaje: voz humana, teléfono, Internet, escritura, televisión. El cuerpo entero es un medio básico de comunicación. Aunque no se pronuncie palabra alguna, el enrojecimiento del rostro sirve como vía de transmisión de significados. Se trata de un caso de lenguaje corporal, como actualmente se lo denomina. El principal corolario de considerar este elemento es que nos hallamos en condiciones de expresarnos por distintos medios, pero sin olvidarse de que cada uno tiene reglas propias que deben respetarse. Por ejemplo, los programas culturales por la televisión suelen asumir el formato del salón de clases y caen en una aburrida pesadez. En otras palabras, no respetan ni explotan las posibilidades comunicativas de esta modalidad. Muchas iniciativas culturales han fracasado en la televisión porque se olvida que este medio no es idéntico al salón de conferencias. La función asociada al canal o medio es aquella que hace posible iniciar, continuar o finalizar la comunicación; se trata de la función fática o de contacto. Se manifiesta en el “¡ujum!” en una conversación directa o por teléfono; el “¿qué tal?” de un encuentro; el “cambio, fuera” del diálogo por radio; con ellas damos a entender que ya estamos aquí, que seguimos en contacto o que nos despedimos. No tienen un contenido específico ni un referente del contexto y sirven para gozar y prolongar la permanencia. En la comunicación escrita esta función se manifiesta mediante muchos enlaces gramaticales –del tipo “ahora bien”, “entonces”, “en contraste” y otros– que cumplen una función de dar continuidad al texto. Asimismo, los resúmenes parciales intercalados en un texto o el balance al final de un capítulo científico desempeñan esta función de redundancia para dar continuidad al proceso de la comunicación. 

REFERENTE O CONTEXTO

Tanto el emisor como el receptor se encuentran en una determinada realidad acotada desde el punto de vista espacial y temporal, es el referente o contexto. Los mensajes se refieren a un determinado contexto, material e ideal. Las leyendas y creencias se incluyen como referentes de los discursos con tanta legitimidad como los ríos y las carreteras. A su vez, las leyendas y creencias tienen una particular forma de hacer referencia a la realidad, esto es, por medio de la imaginación. Y la imaginación provoca actitudes y hechos materiales. El fenómeno más relevante de los tiempos recientes es que se han expandido en forma notable las dimensiones “artificiales” del contexto (radio, televisión, cine, Internet). De hecho, ya se habla abiertamente de una “realidad virtual” que a menudo somete a la “realidad real”, por decirlo de alguna manera. La función propia del contexto es la función referencial, que también se denomina simbólica o representativa. Aporta un referente a las ideas y sensaciones que se transmiten por medio del mensaje. Esta es la función predominante en la comunicación escrita propia de las ciencias, cuya función principal apunta a reflejar la realidad de forma aproximada. ¿Nos estamos refiriendo a las mismas dimensiones de la misma realidad? Las ciencias acuden a la corroboración de sus afirmaciones referidas al contexto.

Por fin, existe un séptimo elemento en la comunicación humana al que los estudiosos no han dedicado su atención explícita. Por ejemplo, ¿qué elemento entre los mencionados por Jakobson hace posible que se establezcan diferencias entre un discurso político, un sermón religioso y un artículo científico, entre otros? Me parece que en ninguno se plantea tal distinción. Hacer esta distinción posibilita considerar legítimo que en un discurso político se utilice el término “compañeros”, que sería absurdo en un artículo científico. Examinemos la historia. Entre los siglos XVI y XVII la física se convierte en una ciencia autónoma, pero todavía se siente la necesidad de reconocer la autoridad de la teología. Por ese motivo, Descartes antepone una meditación filosófica a los teoremas de óptica elaborados por él, prólogo que hoy es absolutamente innecesario en una presentación científica. Con este prólogo Descartes intentaba reflejar que sus descubrimientos no estaban en contradicción con el discurso de la teología, discurso dominante en los países católicos donde imperaba la Contrarreforma. Se produce entonces una hibridez ciencia-teología. En definitiva, cada género de discurso tiene reglas específicas para determinar qué construcciones son pertinentes y legítimas en su ámbito y cuáles no lo son. Esas reglas no escritas se desarrollan en torno a un imperativo: “hablo en nombre de…”. El sacerdote invoca el nombre de Dios, el político se legitima en nombre de la nación o del desarrollo económico, el investigador en nombre de la ciencia o de la lógica. En todos los casos, el fundamento de los discursos tiene una existencia virtual (Dios, nación, ciencia) que dota de estructura y sentido a la comunicación. El problema de fondo es preguntarse cuál discurso debe ser el predominante. En nombre de la ciencia sería normal la clonación de seres humanos, pero ¿qué consecuencias éticas y políticas se desprenderían de este hecho? 

Llamamos función nominativa a la que desempeña un elemento virtual, explícito o no, respecto del discurso (en nombre de), elemento que dota de sentido y legitimidad a la estructuración de ese mismo discurso.




Referencia

Jakobson, R. (1985) Ensayos de lingüística general. Barcelona: Origen/Planeta.

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