Veredas. Revista del Pensamiento Sociológico

Abelardo Gómez Sánchez / Escritor, periodista cultural y editor. Ha colaborado en una veintena de diarios, suplementos y revistas nacionales. Es autor de Mala mujer no tiene corazón e Invitación a la crónica, entre otros. Sus cuentos, crónicas y ensayos aparecen en una docena de antologías locales y nacionales. Actualmente colabora en Los Ángeles Press de los Ángeles, California y en La Jornada Maya.

Fotógrafo por identificar. Carlos Monsiváis en una marcha contra la invasión norteamericana a Vietnam, 1968. Reimpresión. Colección Beatriz Sánchez Monsiváis.

Esta entrevista se verificó en junio de 1988. Aires de campañas presidenciales electrizaban el ambiente: las de Clouthier, Salinas y Cárdenas. Celebrada en aquel año clave –del neocardenismo y un neopanismo con Clouthier a la cabeza–, si bien es una crónica conversada de los acontecimientos políticos y culturales de la década, también es un breve pero ilustrativo y convincente itinerario periodístico y literario del siglo XIX  y aún más sobre el siglo XX, desde las órbitas temáticas distintivas del escritor Carlos Monsiváis: la crónica de la crónica, la ironización del
poder y la clase política, la cultura popular (las tradicionales y la industrial), la crítica a las izquierdas desde la izquierda, la sociedad civil, el feminismo y las minorías sexuales, la tolerancia, los movimientos políticos y culturales todos: casi desde el éxodo de Moisés a la Perestroika, así era Monsiváis. Su inconfundible estilo, que aquí actúa oralmente, es garante de la amenidad de esta conversa (A.G.S.).

Estamos iniciando febrero, Víctor Ronquillo y yo platicamos en el tercer piso de la Torre Latinoamericana y caemos en la cuenta de que este año Monsiváis cumplirá cincuenta años. “Estaría bien hacerle una larga entrevista acerca de toda su trayectoria”. “Yo se la hago”, dije. “Ora, para México en la Cultura, yo le digo a Taibo II” dice Ronquillo. “Sale”. Comienzo a diseñar la entrevista y a recopilar materiales. Ya estamos en marzo y le hablo a Monsiváis. “¿Una entrevista sobre qué? ¿Quién la va a publicar?”. “Taibo II, pero quiero una entrevista larga, necesito dos sesiones”. “¿Por qué no mejor me explicas bien qué quieres hacer?” dice, y me cita en su casa en una semana. Llego preparado para la entrevista. “¿Cuál es la idea?”. “Quiero hacer una retrospectiva de tu actividad periodística, política, cultural y literaria”. “No, no, no”. Lo discutimos brevemente y se niega: “No, no tiene caso”. Entonces me dice que acaba de publicar dos libros: Entrada Libre y Escenas de pudor y Liviandad, y que hablemos de eso, me los da y me dice: “léelos por favor y me llamas”. La entrevista se va hasta junio. Llega el día, nos sentamos en el sector principal de su biblioteca: siete mil libros. “Te pareces a los de televisa” me dice. “¿Por qué?” me saco de onda porque estoy participando en la campaña de Cárdenas a quien ya se sumó Heberto Castillo. “Porque usan libretita y grabadora, chambean con las dos”. Se ríe. “Sí. Es necesario”. “Soy todo oídos” me dice. Y no me lo repite, enciendo la grabadora y agarro mi “libretita”.

Abelardo Gómez: En la mayoría de tus textos hay constantes temáticas; una de ellas es la indagación, el acoso y la visión humorística de los mecanismos del poder en México y de sus personajes más representativos. ¿Por qué?

Carlos Monsiváis: Si intentas hacer crónica en México el poder es inevitable porque ha ocupado casi todo el espacio de atención, con una sociedad civil tan débil, tan atomizada y tan carente de vías orgánicas de expresión, lo natural es que el poder ocupe vertiginosamente todos los espacios. Un poder tan difícil de examinar como es el PRI, que por una parte representa la estabilidad y por otra la corrupción y el aplastamiento de las voluntades, la imposibilidad de la justicia social, entonces para mí entender el poder ha sido una tarea básica, uno nunca lo logra del todo,  pero va consiguiendo así formas, fragmentos, jirones de ese tropel, a la vez tan congelado y tan en desbandada que llamamos el poder en México, creo que no se puede entender el desarrollo de la sociedad sin el PRI.

A. G.: ¿Cuál es la tradición en México de la indagación del poder?

C. M.: Hay una tradición y la hay de muy distintas maneras. No es lo mismo la actitud de Novo después de la época de Cárdenas ante el poder, que la actitud de Elena Poniatowska, pero lo cierto es que  siempre ha llamado la atención el México de la estabilidad. Los cronistas del siglo XIX no narraban el poder, se enfrentaban a la historia, al concepto que a ellos les importaba no era el poder sino el modo en que las acciones serían vistas por un juez implacable que era la Historia –eso es lo que anima Memorias de mis tiempos de Guillermo Prieto, la Historia–, y se enfrentaban a la sociedad que estaba surgiendo y a la que había que rodear, examinar, juzgar, ponderar, de diversas maneras. Pero, a partir del momento en que el PNR se convierte en la fuerza dominante de la conducta política, y en el orden dispensador de bienes y de males, creo yo que la atención al poder está en muchísimos escritores. Ciertamente quien comercializó e industrializó esa atención fue Luis Spota en su casi incontable serie de novelas sobre la conducta presidencial y los poderosos; pero no creo yo que Spota examine tanto los verdaderos mecanismos del poder, como la anécdota y el rumor en torno al poder. Spota lo que hace es novelar el chisme, lo que está en los cafés, en las columnas políticas, etc., no se acerca al mecanismo real, sino a lo que está visible, el modo en que ese mecanismo encarna en las apetencias, las intrigas, las discordias, los golpes bajos de un grupo de gente en la cúspide, que me parece que sólo es una parte, la más degradadamente visible de los mecanismos del poder.

A G.: ¿Por qué la parodia o la caricatura prosística a propósito del poder y no explotar lo trágico? Porque tiene un amplio filón trágico el tema.

C. M.: Sí, pero eso es cuestión de temperamentos, yo como buen paranoico carezco de temperamento trágico; vivo tan a diario la tragedia que me agobia y que me acecha, que en el momento de escribir no pienso en ella porque ya está subsumida en la teatralización cotidiana y mi perspectiva es la parodia. Y me gustaría que fuese la ironía, porque es el modo en que me entiendo más fácilmente, desde el punto de vista temperamental, con los fenómenos; no creo que esto sea una receta, o vía única, simplemente creo yo que, dentro de todo, la parte risible, grotesca, onerosamente humorística, en las distintas formas del poder es tan vigorosa que uno no puede desperdiciarla. 

A.G.: Tú has dicho que en México cada escritor inventa su tradición…

C. M.: Eso lo dice todo mundo…

A. G.:  Bien, ¿eso fue lo que hiciste en tu antología A ustedes les consta?

C. M.: Aquí es inventar cada quien. Pero no, esa es una parte, donde está una parte de la invención que me interesa pero es una tradición más vasta como la de todo escritor; Rulfo se inventa la tradición del suizo Ramuz, de Faulkner, de José Guadalupe de Anda, la tradición oral de Jalisco, y selecciona de ahí lo que le interesa; y uno juzga muchas veces la tradición de Jalisco a partir de Rulfo y acaba siendo, Rulfo, precursor de aquello que lo antecedió. Yo pienso que Novo recurre mucho a Bernard Shaw, a Oscar Wilde, a Charles Lamb, que son gente que le entrega las técnicas, que son visiones de la prosa y concepciones del modo en que se puede verter lo que a él le interesa. Y con eso está eligiendo una tradición. En mi caso, con la modestia debida, elegí una tradición que es muy diversa porque ya correspondía que lo fuera, no es únicamente literaria sino cinematográfica, radiofónica, con elementos del cómic, de la canción popular, porque ya era otro momento cultural; yo no podía ignorar a la Familia Burrón, tampoco a Wilde, a Shaw o Twain ni a Novo ni a Guillermo Prieto, ni a José Tomás de Cuéllar; entonces parece que es una tradición tan vasta, que además se modifica tanto, que no tiene mucho sentido seguir hablando de las influencias, es un mundo demasiado complejo y animado como para fijarlo en dos o tres nombres.

A. G.: ¿Cuál fue entonces el criterio de selección en la antología de crónica?

C. M.: Bueno los que me parecían importantes, es un criterio histórico. Es una antología que pretende ser histórica, entonces estaban ahí los que me pareció que habían sido importantes, como formas, como autores, como estilos. Después de hacer la antología descubrí que había cometido varias injusticias y sobre todo que conocía muy parcialmente a algunos autores; después leí ya completa la crónica de Altamirano y descubrí que es mucho más compleja y variada de lo que yo la presento. He leído después a José Tomás de Cuéllar, ya casi exhaustivamente, y lo mismo me sucede; creo que la falta de disponibilidad de algunos materiales me hizo verlo como menos rico y menos importante de lo que es, y en lo que se refiere a las nuevas
generaciones algunos de los que incluí ya han dejado de trabajar y han surgido otros sorprendentes; en estos momentos la mejor crónica la hace Fidel Samaniego con la campaña de Carlos Salinas.

 A. G.: Y por qué el corte en la generación liberal, en Manuel Payno, y no incluir a grandes escritores como Cervantes de Salazar o Balbuena…

C. M.: No, porque me propuse que fuera la crónica de México como nación. En ese sentido la Colonia, con ser culturalmente muy importante como ya se ve, tenía que dejarla fuera, porque era la nación independiente lo que yo estaba estudiando, y en el Virreinato a nadie le constaba lo que hacían los cronistas (risas). Era una sociedad expulsada de la posibilidad del punto de vista.

A. G.: En la antología aparece Renato Leduc, quien en su “Advertencia” de Historia inmediata, al parecer menosprecia la labor periodística y también la crónica cuando dice, que al género “le falta profundidad y le sobra superficialidad”. Tú planteas lo contrario que, a pesar de su condición efímera, puede ser literatura, no es subliteratura…

C. M.: Bueno, yo creo que Renato Leduc se menospreció a sí mismo de un modo absurdo, como parte de su profundo antiintelectualismo; era tan antiintelectual, que nada de lo que tuviera que ver con las llamadas Bellas Artes y Humanidades, le parecía digno de consideración. La vida estaba en otra parte: en los cafés, en las corridas de toros, en la Revolución, en las prostitutas impetuosas, en el modo en que los políticos, los toreros y los cantantes y los periodistas, embonaban y armonizaban entre sí; eso es la vida para él. Se veía como un fruto de la calle, como un producto de la vitalidad no amortizada, no degradada ni castrada por el intelectualismo, entonces no le dio importancia a su poesía que era excelente y no le dio importancia a su crónica que fue excelente en momentos. Si bien Leduc escribió un periodismo muy vanal y al final muy recurrente, tuvo grandes momentos de cronista, están en Historia inmediata, pero podrías hacer una serie con todo lo que él no recopiló, de manera que ahí hay una injusticia de alguien que depende de la injusticia general con que ve el trabajo intelectual. Yo pienso que mucho de la crónica no es literatura por la rapidez. En el caso de Altamirano tú te encuentras ya muchísimo datado, fechado, pero encuentras páginas extraordinarias; de lo que se trata es de seleccionar y esto además le pasa a cualquiera, a novelistas, cuentistas, poetas; un autor se salva por las páginas fundamentales, no por el conjunto de su producción. Don Alfonso Reyes, que es uno de nuestros grandes escritores, cometió el inmenso error de proyectar sus obras completas que siguen erigiéndose como la Muralla China entre él y sus lectores; no creyó en la antología, en la selección que le hubiere permitido llegar a las obras completas. Pero el carácter totalizador de la propuesta: las obras completas, donde incluye la historia documental de mis libros, impide que en este momento sea el autor leído que debería ser por su originalidad, su prosa extraordinaria, su información, su amenidad, su elocuencia graciosa, todo esto no está casi al alcance de los jóvenes por el epitafio marmóreo de las obras completas.

A. G.: Pero sin llegar a los famosos siete poemas por autor que dice Octavio Paz.

C. M.: Todo es posible, pero yo sí creo que se gana con la selección de un autor. Y ya para los interesados, se puede acudir a la obra completa, pero la divulgación se da a través de lo esencial.

A. G.: ¿Cómo llegas a ver o a ejercer en el trabajo periodístico, la posibilidad de hacer literatura?

C. M.: Bueno, eso está en todos. Reyes considera literatura Simpatías y Diferencias, que es un trabajo periodístico. Muchísimos de los libros de Reyes son recopilaciones periodísticas; la autobiografía de Vasconcelos primero se publicó en periódicos y se nota mucho esa prisa interna del periodismo que después apenas es corregida ya para la entrega a la imprenta del libro; creo que cada autor considera lo que puede imprimir o no en libro, que ya es una propuesta distinta. A mi me interesa trabajar en el periodismo con el mayor rigor posible, pero muchas veces la premura es devastadora, te obliga a rehacer. En dos libros recientes que publiqué queda muy poco de lo que originalmente entregué a la revista o al periódico porque aquí es fatídico, te obliga a concesiones, a lugares comunes, a frases hechas y lo que uno puede pretender muchas veces es que por lo menos esté decorosamente presentado el material. Entrada Libre no me lo propongo como un libro literario, es un libro periodístico con las limitaciones y virtudes del género. 

A. G.: En tu obra, de Días de Guardar a Escenas de pudor y Liviandad, ocupa un lugar importantísimo tu concepción de la crónica. En el ensayo sobre Novo dices que se desperdició, se desgastó en el trabajo periodístico y que pospuso para siempre la gran obra…

C. M.: No, lo dice él, yo digo que él fue muy injusto consigo mismo y que además fue muy justo; efectivamente pudo haber escrito otras cosas, tenía la gran prosa, pero lo que hizo fue suficiente. es lo mismo que, con las distancias salvadas, quejarse siempre de lo que hizo Hollywood con el talento de los escritores; efectivamente, muchas cosas no se dieron, pero existe un gran cine gracias a esos escritores. Y lo que hizo Novo literariamente es muy recordable en partes, en otras fueron simples maquinazos y entregas inmediatas a la caldera del diablo, pero lo esencial es que rescatas de ahí cinco o seis libros extraordinarios, que te importa que no haya escrito otros, lo que dio está allí y eso es lo importante; Jaime Torres Bodet no hizo periodismo y no tiene una página rescatable.   

A. G.: ¿Por qué tu evidente apego al género de la crónica?

C. M.: Es una elección personal, no hay en esto ninguna estrategia, me siento muy bien cuando lo hago, me siento muy mal cuando no funciona, estoy siempre pensando en los temas, vivo trabajando, hay una identificación tal que no puedo pensarla sino como algo que corresponde a la actitudes y sentimientos fundamentales dentro de mí.

A. G.: Dice Roland Barthes que es lo que te llega, no lo que andas buscando.

C. M.: Sí.

A. G.: Otro tema es el de la cultura popular capitalina, ¿por qué tus reiterados encuentros con la cultura popular?

C. M.: Bueno porque me divierte, la siento muy vital, la siento también, en momentos, muy degradada, muy ridícula, pero siempre esencial en el modo en el que la gente la vive y además determinante en la vida de millones de personas.

A. G.: Desde Días de Guardar está tu gusto, al que por un lado le estableces un incisivo cerco crítico, pero al mismo tiempo parece que te resulta entrañable…

C. M.: Para mí sí, es algo que viví desde niño, después me he alejado por razones de formación cultural y he vuelto por razones de formación cultural. Nunca ha sido algo que he enterrado ni recuperado, es una cosa con la que he vivido de un modo incierto, y a veces más cerca o a veces más lejos, pero nunca a una distancia que me obligue a la nostalgia. Entonces aunque lo que se produce ahora casi no me interesa, sino por razones de una sociología instantánea, me produce un profundo tedio; veo poquísima televisión, escucho muy poco a los cantantes de moda, voy muy poco a los espectáculos al uso. De cualquier modo sigo atento al fenómeno porque uno está inmerso a través de la gente que trata, en mi es un registro natural; yo he vivido siempre en una colonia popular, eso me obliga a no distanciarme, y los vecinos me marcan, con mucha crueldad acústica, cuáles son los gustos del momento, tampoco lo siento una virtud, es algo que se da…

A. G.: En una crónica sobre el Dancing de los Ángeles criticas acérrimamente a los intelectuales que van ahí. Eso me recuerda lo que decía Novo en Nueva Grandeza Mexicana sobre los que iban al Leda y no se sabía si eran los espectadores los que se divertían con los monos o los monos con los espectadores –Monsiváis se me queda viendo, guardamos silencio, unos segundos–.

A. G.: Otro tema que está vinculado contigo es el de la moral sexual y la política.

C. M.: A mí uno de los dos o tres temas que me preocupan realmente, que me afectan ya en lo personal, es el de la tolerancia; este es un país con tradiciones sumamente intolerantes que ha vivido la intolerancia casi como una forma orgánica de desenvolvimiento nacional, y que en en los últimos diez o quince años ha ido reconociendo y ampliando zonas, aquí sí de tolerancia, no en el sentido feudal del término que usaba la nota roja, sino en el sentido del respeto a la diversidad y el respeto al disentimiento moral, de aspecto sexual, que también se da tan profusamente. Y el tema de la moral sexual me importa muchísimo, en ese sentido, yo nunca lo he abordado desde una perspectiva sexológica, sino siempre desde el modo en que la sociedad enfrenta la intolerancia a lo distinto o a lo diverso, o en que lo distinto y lo diverso hallan rutas para crear espacios de sobrevivencia; esto lo ves en el caso límite que son las prostitutas, pero lo ves en muchos sentidos, hay toda una búsqueda de tolerancia, por ejemplo en la canción popular; todas las canciones que han sido prohibidas y censuradas desde los años veinte, porque no se amoldan a una moral, y luego lo que antes causó escándalo no provoca el más mínimo asombro, y así se va dando. Creo que en el fondo todas estas son batallas ganadas, aunque haya momentos como el presente en el que tú sientas grandes posibilidades de retroceso. Y el de la moral sexual a mí, me importa por ser un tema íntimamente ligado con el desarrollo de la tolerancia. Sin la cual no es posible la democracia.

A. G.: En una entrevista con José Ramón Enríquez, en 1980, en el primer número de El Machete dirigido por Bartra, decías que tu veías grandes avances en materia de feminismo, antimachismo, de lucha contra la discriminación sexual…

C. M.: Sí, y me parece que me quedé corto en mis predicciones, soy cada vez más optimista al respecto, no porque piense que el machismo ha disminuido o que el sexismo va a entregar voluntariamente su fortaleza sino porque veo en otro espacio, el de las colonias populares, lo mucho que la ideología feminista ha influido. Tú no te explicas el trabajo de las mujeres (que están haciendo posible el trabajo organizativo y político en las colonias populares: que son una parte muy considerable de la población), sin las doctrinas feministas de por medio; están detrás, están a veces en el subsuelo pero tienen una manera de encarnar muy evidente: muchas de las compañeras que se enfrentan a los delegados, a los subdelegados, a los gestores, a los traficantes de influencias, a los coyotes, a los defraudadores de terrenos y de viviendas, se enfrentan desde la perspectiva del feminismo, algunas lo reconocen otras no. Pero lo claro ya es una decisión de trato igual a partir del reconocimiento de una injusticia histórica, todo eso me parece un gran triunfo del feminismo. Si los grupos no han tenido desarrollo, y ha sido más bien pobre su actuación, excepto en el caso del terremoto –y hay que ver lo que hicieron las feministas de apoyo a las costureras–, sí han tenido una influencia atmosférica, lo mismo ha pasado con los homosexuales, pese a toda la homofobia que ha desatado el SIDA yo pienso que ha habido avances notables de respeto, si no quieres usar esta palabra porque es muy grande, de una mucha mayor tolerancia que la que había hace veinte años.

José Hernández. Monsi, ¿por qué te vais?, 2010.
Colección Carlos Monsiváis Museo del Estanquillo.

A. G.: En Entrada Libre, pero también en toda la sección de  “Mártires y militantes” de Amor Perdido o antes, en “La marcha del Rector” en Días de Guardar, por ejemplo, está presente otro tema característico: la crítica a la Izquierda desde posiciones de Izquierda. ¿Cómo se da esta toma de distancia?

C. M.: Yo creo que la Izquierda es, pese a todo, la parte más racional, más crítica y más humanista de la sociedad mexicana, y cada vez me convenzo más de ello; y para que esto se desarrolle se necesita de la autocrítica. Yo creo que, para usar un ejemplo límite, los maestros normalistas en los años treinta fueron verdaderos héroes; fueron gente que ayudó muchísimo en la formación de una conciencia nacional, que desarrolló la cultura laica y que ayudó a crear la tolerancia de la que todavía espero disfrutemos durante muchos años; al mismo tiempo estos maestros estaban sujetos a la barbarie de la prédica stalinista, a la intolerancia feroz de la visión del partido como una maquinaria sin piedad, sin sentimientos, sin relaciones humanas. Y me parece que, todo lo que se avanza en actitud externa, se pierde en actitud interna en la Izquierda mexicana. De los años treinta hasta hace muy poco tiempo, y todavía lo hemos visto en esta campaña presidencial, la Izquierda no acaba de consolidar una actitud que aúne, lo muy valioso de sus esfuerzos en la sociedad, y sobre la sociedad, con lo muy penoso de sus actitudes hacia los propios militantes,
y hacia la constitución de los grupos y organizaciones; me parece que esta esquizofrenia tiene que terminar porque la Izquierda representa, en este momento, es lo mejor que hay en el país, hemos visto la catástrofe del gobierno…

A. G.: Cuando hablamos de Izquierda y para precisar…

C. M.: La perspectiva socialista, eso es muy claro, que además tienes que adjetivar y decirle socialismo democrático: para distinguirla de otras, las del llamado socialismo real que ha sido tan totalitario, tan dogmático y tan perseguidor de los Derechos humanos en todas partes y lo prueba el glasnost ahora: que es una rectificación cuyo primer campo de rehabilitación son los derechos humanos. Cuando hablo de Izquierda hablo de una crítica al capitalismo y de un deseo de construir una sociedad socialista, no imagino una Izquierda de otro modo. Ahora, yo creo que actualmente hay mucha gente que mantiene esta posición crítica, ya no es posible por ejemplo el PPS, es un dinosaurio que no encontrará museo que lo albergue, está fuera de toda proporción.

A. G.: Y ya no es posible el linchamiento que sufrió José Revueltas ¿no?

C. M.: Que era muy stalinista también, José Revueltas es el caso de alguien que padeció la persecución stalinista y que fue un stalinista. Tú te puedes encontrar escritos de José Revueltas donde, el odio a sí mismo viene del odio a la parte levantisca, crítica y heterodoxa que tenía su obra; es Revueltas quien retira sus libros y no por la presión del Partido Comunista ¡sino del Partido Popular Socialista! Que eso sí ya era el extremo…

A. G.: Incluso hace todo un acto de contricción.

C. M.: Sí, y esa es la parte stalinista en él. El stalinismo pesó demasiado, fue el modo en que el heroísmo y la sinceridad, y la solidaridad y el sacrificio de una generación se vieron oscurecidos por el dogmatismo, el culto a la personalidad y la insensibilidad: el modo en que acatan los Procesos de Moscú, el asesinato de Trotsky todo eso es monstruoso moralmente hablando. Ahora, con todos los errores trágicos de la Izquierda, la Derecha es mucho peor, la Derecha es más intolerante, no le importa ni el hambre ni la miseria, está decidida a gobernar sobre cadáveres y, en todos los lugares en la Historia de México se ha visto que la Derecha es el elemento más negativo. Yo quisiera que todos estos intelectuales que son críticos de la intolerancia de la Izquierda, lo fueran también de la Derecha…

A. G.: ¿Grosso modo a qué le llamas Derecha?

C. M.: Incluyo a un sector del gobierno, tipo Banco de México, tipo Programación y Presupuesto, incluyo a los partidos tradicionales de Derecha, PAN Y PDM, incluyo a los sectores eclesiásticos empecinados en volver al siglo XVII, incluyo a todos esos sectores que han mitificado la tradición y que en nombre de esa tradición, pretenden imponer formas de vida que ya están vencidas, gastadas y que han demostrado ser infinitamente sangrientas, y sobre todo incluyo a aquellos que defienden la explotación, todo lo anterior me parece una caracterización menor. La Derecha es todo lo que apoya la explotación, la represión y la miseria actual mexicana..

A. G.: Otro rasgo tuyo es la crítica a las élites, económicas, políticas, sociales, culturales…

C. M.: No, culturales no, la élite cultural me parece la única respetable.

A. G.: Pero, recordé otra vez tu caricaturización de los que estaban en los Ángeles…

C. M.: Pero eso no es la élite cultural ¡ese es el medio pelo cultural!, y no estaban ni siquiera en plan de medio pelo cultural sino en el pic nic de la academia…

A. G.: El slumming.

C. M.: Sí. Ahora, me parece abominable la llamada élite social mexicana; me parece cursi, ignorante, torpe, kitsch, un término gringo que les molestaría: tacky, de un mal gusto tan estruendoso, tan deplorable, tan irredimible, todos estos heredoporfirianos y todos los juniors de la Revolución mexicana, pues no son sino la demostración de la incapacidad de la educación y del fracaso de la elegancia, no les tengo ninguna consideración, me parecen lamentables. Y creo que en la medida en que se han convertido en la élite es en la misma medida en que han propiciado, entre una supuesta frivolidad, esta descapitalización de México. Estos son los que se han llevado los dólares al extranjero, estos son los que se han enriquecido aprovechando las corrupciones gubernamentales, y los primeros en criticar al gobierno; es una élite, me parece, repugnante, y tanto más repugnante cuando creen contar con el decoro, el respeto de la buena sociedad, el término mismo de buena sociedad me parece de una de las cursilerías más grotescas. 

A. G.: Amor perdido es de difícil clasificación, es una mezcla de crónica, ensayo, de técnicas líricas, hay sátira, de diálogos periodísticos ágiles. Esto ya se veía en Días de guardar pero me parece que en Amor perdido es más evidente, como tú dices, hay recursos cinematográficos, de la historieta.

C. M.: El trabajo nunca es tan deliberado, voy haciendo a pedido muchas colaboraciones, y cuando me propongo reunirlas en un libro desecho una cantidad porque me parece que no responden al nivel mínimamente exigible, incluyo otras y después trato de darle coherencia, lo que implica reelaborar. Pero no, no hay nada deliberado, tú me presentas algo como si yo me lo hubiera propuesto; y tengo que decir que no me lo propuse, que lo que sea fue el resultado de un trabajo periodístico muy afinado, muy corregido, muy revisado, pero que corresponde a las condiciones iniciales del trabajo periodístico.

A. G.: Los escritores al escribir, se lo propongan o no, hacen homenajes a ciertos escritores, o estilos o actitudes, en Amor Perdido hay un homenaje a Novo, al nuevo periodismo norteamericano…

C. M.: Amor Perdido es un homenaje al bolero, a Novo, a la Izquierda mexicana pese al stalinismo y es un homenaje a la disidencia, que es un término si quieres inasible, pero que me importa muchísimo. Días de Guardar es un homenaje al 68.

A. G.: Enrique Krauze, en su libro sobre las generaciones culturales dice que tú eres el Padrino de la generación del 68 ¿qué piensas, eres o no?

C. M.: Yo no soy miembro de la generación del 68, yo ya llevaba fuera diez años de la universidad cuando el 68; no sé en qué sentido diga lo de padrino Krauze, yo salgo de la UNAM en el 59, yo estaba trabajando en la UNAM, pero no era estudiante. Es una generación que conozco muy de cerca, pero a la que no pertenezco.

A. G.: Bueno, pero de alguna manera compartiste el impulso contracultural…

C. M.: No, el impulso contracultural no, ese vino después; lo que había antes era un impulso de modernización cultural. El impulso contracultural es un producto de la decepción y del dramatismo del 68, era imposible soñar una contracultura antes del 68; lo que había era un intento de modernización que usaba elementos de heterodoxia crítica pero no contracultura. Contracultura es rock, drogas y disidencia sexual, eso es específicamente y eso no había antes del 68.

A. G.: El poeta Hugo Gutiérrez Vega dijo alguna vez que tú eras el mejor poeta humorístico de México ¿porqué nunca has publicado?

C. M.: Porque eso no se publica, porque no hay una tradición que haga posible a Aquiles Nasoa por ejemplo en Venezuela. Lo último que se publicó de poesía humorística fueron los sonetos satíricos de Novo en ediciones privadas. Yo no sé si soy un buen poeta humorístico, sé que soy un buen versificador, pero creo que ya no hay espacio cultural para la poesía humorística, pienso que es un género extirpado, sobre todo porque ya no se aprecian las virtudes de la versificación. Yo publiqué el año pasado en La Jornada, pero ya no tienen eco, porque los jóvenes no saben si eso tiene un valor, está bien versificado. Yo creo que es interesante pero ya nadie lo hace.

A. G.: Entrada libre es un homenaje a nuestra embrionaria sociedad civil y se llama así porque la sociedad civil es de libre entrada ¿no es así?

C. M.: Son momentos a los que entra quien le da gana. Estrictamente es un homenaje a la sociedad civil. Esto es parte de un debate que tuve cuando empecé a publicar sobre el terremoto, que me decían que yo era un optimista y que negaba la acción de los partidos, y que confiaba demasiado en algo tan efímero y tan inasible como la voluntad individual y de grupos, que lo importante era ver la acción institucional permanente y que esta sólo se daba en los partidos; en parte estoy de acuerdo con esa crítica y…

A. G.: Y ¿eso no tiene que ver con la exclusividad de “la praxis objetiva” que viene desde Lenin, empezando por el centralismo democrático…?

C. M.: Puede ser, en eso sí no creo, y creo que en la concepción leninista de partido se encuentran muchos de los horrores de Stalin, no disocio a Lenin de Stalin, creo que en la crueldad, en la intransigencia, en la inflexibilidad de Lenin, en esa falacia que es el centralismo democrático ya está contenido Stalin. Pero, también hay mucho de cierto en que se necesitan organizaciones permanentes, y que no se puede mantener todo en el nivel del entusiasmo y la excitación. Pero con todo, creo que hay que ver, desde otra perspectiva, los movimientos sociales y mi libro es una apuesta por los movimientos sociales; creo que ahí hay mucha de la gran vitalidad del México de hoy. No creo míticamente en la sociedad civil, Pro Vida es también sociedad civil, y tiene derecho a organizarse y uno tiene derecho a encontrar ahí, gérmenes del fascismo, pero creo que, aún con todos los riesgos, es preferible que la Derecha se exprese abiertamente, a que se exprese a través de conspiraciones, es preferible que los movimientos sociales surjan al margen de los partidos a que todo se consuma en la inercia de los partidos.

A. G.: En los textos del terremoto hablas de la concepción gubernamental del poder, y dices que una característica es que el poder no se comparte, y así el acto de gobernar no se ve como un espacio de concertación…

C. M.: No, la escasa concertación ha sido impuesta y a partir del terremoto. El gobierno nunca ha querido interlocutores, aquí ha habido audiencias, tan es así que la actual campaña de Salinas está basada no en la interlocución sino en la confesión, es un gran confesionario donde hay un solo párroco que: oye a todos, discierne, da la razón, la quita, pero es él, promete, no es un diálogo. 

El problema de “Que hable México”, su slogan, es que no habla Salinas, no está hablando, está saliendo al paso de lo que le dicen; está dictando normas ideales para su gobierno, pero él no ha problematizado en lo mínimo la situación de México; son aquellos seleccionados, llamados IEPES, los afortunados que cuentan su versión de las cosas. Salinas no ha contado su versión, seguimos sin oírlo. 

A. G.: En tú crónica del CEU están descritos, el diálogo y la negociación, de un movimiento estudiantil con Rectoría. Fue público y los líderes Ordorica, Santos e Imaz se convirtieron en personajes de los medios de comunicación masiva, la tele, algo inédito, y finalmente se dio una concertación, según yo ¿esto es una rectificación gubernamental?

C. M.: No, simplemente la universidad es un espacio sujeto a otras normas, donde no cabe la represión. Pero también ve el trabajo que le ha costado al CEU y a Rectoría aprender a dialogar; ha sido un aprendizaje doble, muy dificultoso. El CEU ha aprendido algo con numerosos errores y rectificaciones, y Rectoría no parece aprender, no puede darse un diálogo siempre impuesto, un diálogo tiene que ser mucho más flexible, natural, lo que hemos visto en la UNAM es el diálogo impuesto a ambas partes, esto tiene que cesar.

A. G.: Por primera vez, en un libro, te ocupas de un problema de provincia, como si tú también fueras víctima del centralismo…

C. M.: Bueno, yo soy una víctima del centralismo, pero me he propuesto trabajar temas de provincia, pero uno va con miedo a esos temas porque no conoces, y es muy difícil improvisarse conocedor de lo que implica ya más tiempo de trabajo, de investigación, de vivencia. Un problema de los centralistas, como yo, es que nuestro desconocimiento nos obliga a ir con mucha cautela en esos temas. Pero, ya no se puede documentar la vida contemporánea sin abandonar, de un modo sistemático, la obsesión centralista.

A. G.: En escenas de pudor y liviandad, que es muy divertido, me parece qué le das demasiada importancia a cuestiones como los salones de baile tradicionales, al Teatro Blanquita y eso es algo…

C. M.: Bueno porque son sitios, especies en extinción, es un libro fundamentalmente anacrónico desde el título, que es una frase del guardarropa modernista, y es un libro en el que lo anacrónico quiere estar contrarrestado por la perspectiva feminista, creo que son los dos ejes del libro, lo que desaparece: el sentido del espectáculo que ya está muerto, y de las vivencias románticas que ya forman parte de la Historia de la vida cotidiana y el modo en que la perspectiva feminista se ha construido en esos espacios frívolos.

A. G.: Se habla mucho de Monsiváis: Monsiváis y la cultura popular, y la moral sexual, y la crítica del poder… todos temas vinculados con Monsiváis. Había un Vasconcelos escritor y un Vasconcelos personaje, Nájera y el Duque Job, Novo escritor y el Dandy Novo. ¿Hay también un Monsiváis personaje? Tienes una imagen pública muy consistente y que como todas, está hecha de verdades y de mentiras…

C. M.: Y de unos cuantos elogios y de muchos dicterios…

A. G.: ¿Qué piensas del personaje Monsiváis?

C. M.: Es que no puedo saberlo, no sé sí existe, de verdad, eso me es imposible saberlo porque te estás refiriendo a casos muy cumplidos en sociedades más pequeñas, pero, ¿qué es un personaje en una sociedad de masas? habría que averiguarlo…

A. G.: ¿Tú crees que Novo era reconocido por la sociedad en su conjunto?

C. M.: No, era fundamentalmente, lo que llamamos un asunto de clases ilustradas.

A. G.: Y ahí era un gran personaje.

C. M.: Ahí lo era.

A. G.: Tú también, tu personaje: el escritor orgánico de la Izquierda, la escritura como capacidad de echar relajo, el intelectual desenfadado ¿te gusta que te digan intelectual?

C. M.: ¡Pretendo serlo, me encanta! es lo que realmente he querido ser toda mi vida, yo no soy un antiintelectual. Pero te digo, me aterra la perspectiva de ser un personaje, porque eso te encierra en una celdita de clichés, de actitudes para beneficiar a un público que las espera, me gustaría ser más libre, un personaje siempre implica algo de rigidez y de previsibilidad.

A. G.: Vamos a cerrar con una cuestión muy solemne. ¡Cuál crees que sea el papel de un escritor, aquí y ahora, en México?

C. M.: Supongo que escribir bien, pero sobre qué, hacia qué, desde dónde, no logro precisarlo. Cómo mi punto de vista cambia cada día, con la lectura de los periódicos no me siento capaz de pontificar. El papel de un escritor —llego a la siguiente conclusión después de brillantes debates— es escribir en México sobre lo que le dé su gana y como le dé la gana.


Jardín Balbuena, México, D.F.
junio de 1988.